Contrario quizá a lo esperado por Putin , Zelensky tiene hoy más soporte popular que el que tenía antes de la guerra. 93% de los ucranianos lo apoyan contra el 28% de aprobación que tenía en octubre del año pasado. Aquel comediante que recién llegado a la política venció a Petro Poroshenko en las elecciones presidenciales de 2019, se ha convertido hoy en un héroe sin capa, en un símbolo de resistencia y de defensa de los valores de la democracia frente a la tiranía con sueños imperialistas de Putin.
-Volodymyr Zelensky
El arquetipo de estadista de una nación pequeña asediada por los bombardeos de un narcisista con sueños de grandeza. El sueño de todo pueblo, un hombre íntegro y valiente dispuesto a defenderlo hasta la muerte. Un grande que ha merecido las portadas de revistas como Time que se tiñó con los colores de Ucrania para “hacer un homenaje a los héroes de Kiev”; Vanity Fair que llevó la cara de Zelensky con la leyenda “el rostro de la resistencia”; The New Statesman, también con el rostro del presidente Ucraniano y el título “un héroe de nuestros tiempos” o de periódicos como el Daily Mirror con la leyenda “nadie nos romperá”.
Y no los han roto. Con uñas y dientes los ucranianos defienden su país y su territorio. Por supuesto se ha especulado mucho sobre la falta de estrategia y la incapacidad del ejército ruso para llevar a cabo una invasión “rápida y liberadora” lo que ha extendido el conflicto más allá de lo originalmente planeado.
Sin embargo, eso no quita el mérito de la histórica defensa ucraniana de su derecho a existir bajo una bandera, con democracia, en libertad y sin la bota rusa pisándoles el cuello. Los ucranianos han dado una batalla que al parecer nadie esperaba que pudieran dar. Y a los que al parecer todos quieren pero desde lejos. De lejos para darles armas aunque no haya más soldados que puedan utilizarlas y se tenga que dar “entrenamiento” a civiles para usarlas.
De lejos para promover sanciones económicas que impacten a Putin y a Rusia pero no tanto que afecte la llegada del gas a las casas europeas, tema con el que Putin sabe que puede extorsionar a Europa. De lejos para que se hagan declaraciones grandilocuentes sobre sanciones que en la práctica poco han servido para forzar al tirano ruso a sentarse a la mesa a dialogar para poner fin a esta guerra.
De lejos para elogiarlos, para hacerles homenajes, para prender luces en edificios públicos de capitales europeas. De lejos para escuchar a su presidente, Volodymyr Zelensky dar encendidos discursos, exigir el cierre de espacios aéreos que podrían poner fin a los devastadores bombardeos que han destruido ciudades y pueblos enteros. De lejos para asentir con la cabeza ante la promesa del presidente ucraniano de “no rendirse, de no perder y de llegar hasta el final”. Para señalar, como lo hizo Boris Johnson , que sus palabras en la Cámara de los Comunes conmovieron los corazones de todos. Tan conmovidos que la negativa de la OTAN a establecer una zona de exclusión aérea parece estar grabada en piedra. Mientras tanto, ayer los bombardeos de aviones rusos alcanzaron el hospital infantil y de maternidad de la ciudad de Mariúpol.
De lejos para ovacionarle de pie en el Parlamento Británico y en el Parlamento Europeo, con lágrimas en los ojos pero también con la negativa a intervenir activamente. De lejos, porque cerrar el espacio aéreo, enviar tropas o aviones, podría dar pie a Rusia a considerarlo una casus belli, una causal de guerra que desate, ahora sí, una tercera guerra mundial.
Quizá hay razón. Pero más de un millón de refugiados, cientos de civiles muertos intencionalmente por el ejército ruso ¿no son una casus belli en sí mismos? Lo que es un hecho es que mantener abierto el espacio aéreo sin el envío de ayuda militar aérea, es una condena tácita. Ucrania seguirá siendo destruida desde el aire y parece que Occidente no tiene ganas de impedirlo. De nada le sirven a Ucrania las portadas ni las ovaciones de pie. Los aplausos no pueden derribar aviones.
