Los populistas suelen posicionarse como defensores del pueblo y afirman que son los únicos que representan realmente los intereses de la nación. De esa forma son capaces de movilizar a simpatizantes que sienten vulnerados sus derechos, especialmente por una mala gestión de gobierno y/o escándalos de corrupción previos.
Es evidente que, frente a una rampante y descarada corrupción los ciudadanos comunes se identifiquen rápidamente con el populista que suele prometer un rompimiento con el “status-quo” aun cuando él mismo provenga de ese status-quo. El posicionamiento “antisistema” es muy útil para convencer en temporada electoral.
Una vez en el poder, lejos de la anhelada atención mediática, el populista se ve obligado a construir nuevas formas de manipular para mantener el control de la narrativa. La conferencia mañanera de López Obrador es ejemplo de ello. Cada día el presidente roba la atención, distrae de los temas relevantes y, al igual que otros populistas autócratas en el mundo como Erdogan o Viktor Orbán, López Obrador utiliza los espacios en los medios para criticar a sus oponentes y movilizar a sus simpatizantes que responden a su retórica.
La mañanera es estridente, pensada para acaparar todos los espacios y no dar tiempo a pensar, a planear, a razonar. Las respuestas de la oposición se vuelven reactivas, descoordinadas. La oposición, los medios, periodistas e intelectuales críticos entran (entramos) en el juego del populista del Palacio Nacional. Cada mañana pone el tema y el día entero se va en responder, aclarar las mentiras, presentar datos, tratar de demostrar la manipulación. Nada más inútil. Imposible responder a más de 1000 emisiones de la mañanera, sin contar otros discursos. Un promedio de 250 por año sin contar entrevistas, mensajes a la nación, informes, videos de redes sociales, etcétera. En la Turquía de Erdogan en un año promedio ha llegado a 400 y Trump a casi 200.
Sin embargo, ya en el poder y a pesar de la estridencia y el ruido, el líder populista requiere necesariamente el apoyo de líderes de opinión, intelectuales, académicos, periodistas, escritores y de otras figuras cuyo papel, en poco tiempo, es amplificar el mensaje y proporcionar un barniz de legitimidad y de respetabilidad a las acciones del líder populista. Tales figuras van creciendo en el tiempo y permiten mantener la idea de que el líder hace lo correcto y “a favor del pueblo”.
Cuando en 2020 Erdogan promulgaba una criticada ley para controlar sensiblemente el uso de redes sociales como Twitter y Facebook en el país, sus defensores salieron en su apoyo. El profesor de Derecho, Burham Kuzu usando esas mismas redes hablaba de la necesidad de una prensa libre “que no use su pluma parra causar conflictos, sino para informar”. En clara alusión a los medios críticos.
En México, los defensores del gobierno y del presidente, como Hernán Gómez Bruera, no han tenido empacho en amplificar las mentiras lanzadas desde el Palacio Nacional sobre el Plan B o sobre la supuesta “eternización” del secretario ejecutivo del INE, o incluso alabar al Presidente por supuestamente defender al país de la “injerencia estadounidense”.
Sin las marionetas del régimen, el daño de las mentiras y manipulación del populista sería mucho menor. La defensa del autoritarismo, barnizada de pueblo como hace el grupo de defensores del líder populista tiene, como es evidente consecuencias negativas para la democracia. No olvidemos quiénes son.
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