El de ayer fue un largo día, esperado por millones de personas dentro y fuera de las fronteras estadounidenses . El de ayer fue un vistazo de la calma que viene después de la tormenta Trump. El forastero empresario y playboy que en cuatro años despertó la más terrible polarización desde la Guerra Civil. Trump, que desde su llegada, se arropó con la bandera del extremismo pintando a un país cuyos problemas eran graves pero que él contribuyó a agravar más.
Lleno de simbolismos a favor de la diversidad y de frases que invitaban a la unión, a la tolerancia y a la paz. Biden apostó por extender la mano al adversario para empezar a construir el fino tejido de la sociedad norteamericana. Aunque ese tejido ya estaba rompiéndose antes de que llegara Trump, éste le dio el puntapié para terminar de quebrarlo y cuyo punto más álgido se demostró en la insurrección y toma del Capitolio del 6 de enero pasado.
Y ahí empieza la historia de Biden bajo la sombra de Donald Trump. Y es que hay que recordar que luego de lo ocurrido hace dos semanas, la Cámara de Representantes aprobó los artículos de impeachment contra el entonces Presidente. Mal momento, mala decisión. El tiempo para procesar un impeachment en el Senado era insuficiente como para que se pudiera tomar la decisión de destituirlo. Sin embargo, hay dos incógnitas constitucionales y una política para que el Senado continúe con el proceso.
La Constitución de Estados Unidos establece que en caso de que el Presidente en funciones pierda la votación en el Senado, las sentencia “no se extenderá más allá de la destitución del cargo y la inhabilitación. El dilema es que la Constitución dice “y” mas no “o”. El debate es si el hecho de que haya una conjunción esto obligue al Senado a destituir y también a inhabilitar no sólo a inhabilitar. En el caso de Trump no puede darse la destitución porque ya no es un presidente en funciones y por tanto no podrían tampoco inhabilitarlo.
La segunda incógnita constitucional tiene que ver con que la Constitución únicamente se refiere al impeachment en el caso del Presidente en funciones, no de ex presidentes por lo que el Senado dejaría de tener jurisdicción para conocer sobre este asunto pues ahora Trump es un civil como cualquier otro.
Sin embargo, los dilemas constitucionales parecen nimios frente al desafío político que puede implicar para el ahora Presidente Biden iniciar su administración bajo la sombra de un juicio político que, para los aún millones de partidarios de Trump puede parecer revanchista y que puede opacar considerablemente la agenda de Biden.
A esto hay que añadir el riesgo que sigue representando el darle a Trump una nueva artimaña para victimizarse y, a sabiendas de su intención de formar un partido político, darle a él y a su movimiento, el aliento que, de otra forma, podrían ir perdiendo de manera natural con el paso del tiempo. Un proceso como este no pasaría, nunca, desapercibido y mantendría al presidente actual en vilo y en constante roce con sus adversarios cuando, como vimos, tiene una clara intención de unir al país. Es tiempo de cambio y ese cambio tiene obligadamente que pasar por dejar de hablar de Trump.