Todo estaba listo la noche del martes en Mar-a-Lago. Donald Trump se disponía a festejar el triunfo del Partido Republicano que supuestamente pintaría de rojo al país. El vino se quedó enfriando, la música no sonó y los pocos invitados que ahí estaban partieron.
Trump estaba listo para celebrar como un triunfo personal la llamada “ola roja”. En los dos años luego de su salida de la Casa Blanca, el exmandatario se ocupó de apropiarse del Partido Republicano desde una posición política distinta, esta vez, desde dentro. En un movimiento que los latinoamericanos conocemos bastante bien, Trump se apropió del partido; se convirtió en cara y voz, recaudó millones de dólares y designó y respaldó candidatos fieles a él y a sus ideas.
Pero su estrategia no pasó la prueba y ni siquiera hoy es claro si los republicanos lograrán la mayoría en el Senado y en la Cámara de Representantes. Históricamente el partido en el poder suele perder en las elecciones intermedias un número considerable de escaños legislativos. No será el caso. Así que aun cuando los republicanos logren la mayoría, será un triunfo tan pírrico que sabrá a derrota.
Sin embargo, estos resultados dejan una lección muy importante y podrían marcar un antes y un después para el Partido Republicano, pero también para el futuro y viabilidad de la democracia en el país.
Estas elecciones no las ganó Biden. El actual presidente de Estados Unidos es muy impopular. El mal manejo de la economía, la inflación, el aumento del crimen y el aumento de políticas progresistas que son vistas como radicales en muchos rincones del país lo tienen en un nivel de desaprobación que ronda 60%. Aun así, salieron a votar en contra de los candidatos republicanos.
Hubo un voto de castigo para los candidatos abiertamente trumpistas, aquellos que en los últimos dos años continuaron alimentando el mito del fraude en las elecciones de 2020 y que aplaudieron la toma del Capitolio aquel fatídico 6 de enero. Ese voto debe ser interpretado como un claro mensaje de la ciudadanía, un abierto rechazo a quienes buscaron poner en riesgo la democracia en aquel país.
Hay que señalar que este voto no fue espontáneo. Los demócratas gastaron alrededor de 19 millones de dólares para hacer más visibles a aquellos candidatos republicanos que cuestionaron o negaron la validez de las elecciones de 2020. La campaña parece haber dado resultados e hizo perder a candidatos como Tim Michaels, en Wisconsin; Tudor Dixon, en Michigan, o Doug Mastriano, en Pennsylvania.
De haber ganado los republicanos el martes, Trump habría aumentado su poder y su ascendente en el partido. No fue así, pero los desastrosos resultados podrían ser una oportunidad para los moderados de recuperar el partido, marginar a la extrema derecha y terminar con la era de Donald Trump.
El reconocimiento de la victoria, el respeto al árbitro y la aceptación de los resultados electorales son componentes indispensables que han permitido a Estados Unidos mantener gobiernos que alternan ideológicamente sin que eso ponga en riesgo la estabilidad del país. Hasta 2020 ésta fue la constante y es indispensable volver a ello. Hoy, al parecer, hay republicanos que intentarán dar pasos en esa dirección. El reconocimiento de la derrota del candidato trumpista al Senado Mehmet Oz es un ejemplo. La mutua aceptación de los valores democráticos puede alejar el fantasma autoritario encarnado por Donald Trump y sus más rancios seguidores.