Los efectos de la guerra de Israel y Hamas se han diseminado en prácticamente todos los continentes. Las demostraciones callejeras en las principales ciudades del mundo han puesto contra la pared al mundo occidental cuyos gobiernos hoy intentan mantener un balance entre la libertad de manifestación y el creciente antisemitismo.

Los bombardeos israelíes contra la Franja de Gaza comenzaron desde que, el pasado 7 de octubre, la organización terrorista Hamas atacó el sur de Israel, matando a 1,400 personas y tomando a 240 como rehenes.

La brutalidad de estos ataques (que incluyeron la violación de niñas y mujeres, decapitación y crueles actos de tortura incluida la quema de bebés) provocaron conmoción en todo el mundo y una primera oleada de simpatía con el pueblo de Israel que incluyó a Jefes de Estado de distintos países de occidente que se apresuraron a reafirmar su solidaridad con Israel y a suscribir su legítimo derecho a la defensa.

Sin embargo, conforme fue avanzando el conflicto ese apoyo dio un giro. La s imágenes de la devastación provocada por los intensos bombardeos de Israel en Gaza, de las miles de personas huyendo, de los hospitales sobrepasados y las penurias de los palestinos, terminaron por desencadenar una ola global de simpatía y la exigencia de un alto al fuego.

Fuimos testigos de cómo decenas de miles de personas ondeando banderas de Palestina en Londres, París, Washington y Toronto. Pero el clamor por la paz fue pronto sustituido por cánticos de justificación de los atroces crímenes de Hamas contra civiles israelíes indefensos. Lo de Hamas, se empezó a decir, habría sido un acto de resistencia que respondía a décadas de ocupación israelí y a la violencia sostenida contra los palestinos desde las facciones más ultraderechistas del gobierno de Israel.

Lo que comenzó con manifestaciones en favor de Palestina pronto se transformó en un movimiento mundial haciendo iracundas llamadas contra Israel desatando una nueva ola de antisemitismo mundial como no habíamos visto antes.

Pocos conflictos internacionales han puesto de manifiesto la polarización política de manera tan virulenta como el actual y cuyas consecuencias apenas comenzamos a vislumbrar.

Por un lado, el impacto de la narrativa en el mundo real, desde el incremento de los discursos de odio en redes sociales y medios de comunicación hasta las multitudinarias manifestaciones en buena parte del mundo. Las banderas palestinas se sustituyeron por estrellas de David con suásticas dibujadas en un lado, mientras en el otro crecen las demandas de deportación y el cierre de fronteras ante lo que pueda parecer árabe o musulmán.

Pero el mayor peligro es que esta narrativa ha conducido a una oleada de ataques verbales y físicos principalmente antisemitas. Apenas un mes después de los ataques del 7 de octubre, Francia reportaba más de 1,200 ataques contra judíos en todo el país contra 436 ocurridos en todo el 2022. Reino Unido reportaba más de 1,000, la mayor cifra ocurrida en solo 3 semanas desde 1984. En Estados Unidos, el incremento de incidentes fue de 400% mientras en Alemania fue de 240%. Estos ataques van desde atentados con bomba, asesinatos de maestros en escuelas judías hasta amenazas de muerte a grupos y organizaciones judías en escuelas y universidades.

Una segunda consecuencia se está dando en el ámbito político. Izquierda y derecha parecen ávidos de pronunciarse a un lado o al otro. En América Latina, aunque lejos, no hemos estado exentos. Desde el gobierno de Argentina, que abiertamente ha descrito los ataques de Hamas  como terrorismo, hasta Colombia, cuyo presidente no ha tenido reparo en atacar a Israel, hasta países como Cuba, Venezuela o Nicaragua que han rehusado calificar los ataques de Hamas como terrorismo.

En Francia, Alemania y otros países multiculturales, esta polarización que amenaza con desestabilizar el delicado balance social en una sociedad multicultural parece ser vista como el momento de los radicales para enarbolar sus postulados. En Francia por ejemplo, pese a ser uno de los países con una de las mayores comunidades judía y árabe-musulmana de Europa, líderes de izquierda, contra toda prudencia política se han rehusado a calificar de terrorismo los ataques de Hamas del 7 de octubre acusando a Israel de ser el único responsable.

En ese sentido, es preocupante también el crecimiento de figuras de la extrema derecha, como Geert Wilders en los Países Bajos, o Marine Le Pen en Francia, ambos de partidos sustentados en una plataforma antiinmigrante. El fenómeno se repite en Alemania, Austria o Noruega. En Estados Unidos, la caída en el apoyo al presidente Biden en la antesala de su reelección, trae consigo la riesgosa posibilidad de un regreso de Donald Trump.

El creciente antisemitismo se enfrenta a propuestas xenófobas y antiinmigrantes, a cual más radical que la anterior. Los gobiernos más moderados buscan mantener un equilibrio ante las crecientes tensiones; pero mientras más crece la virulencia callejera y el miedo a posibles ataques terroristas, la popularidad de los primeros se derrumba, abriendo la puerta a posturas radicales para alcanzar el poder.

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