El pasado 12 de octubre se organizó en la Cámara de Diputados un homenaje a Ernesto “Che” Guevara, conmemorando su aniversario luctuoso. La conocida imagen del “Che” fue proyectada en el salón del pleno del recinto de San Lázaro ante quejas y críticas de los legisladores de oposición.

“Un revolucionario se debe convertir en una fría máquina de matar motivada por odio puro”

Pero ¿quién era el “Che”? ¿Quién era el hombre cuya figura aparece estampada en las camisetas?

El mito del “Che” ha alimentado la retórica idealista de una izquierda que sigue buscando mantener viva la falacia del comunismo. A su muerte, ocurrida en Bolivia en 1967, el Che fue convertido en el mártir revolucionario con más ventas capitalistas en el mundo. Los productos de Guevara se venden en América Latina por supuesto, pero también en Europa, Asia e incluso África. Camisetas, posters, calcomanías, cuadros, un bikini marca Chanel, y la lista sigue. El mundo del marketing no podía estar más encantado con la versatilidad que ha dado la cara del Che, impresa en casi cualquier producto vendido en un odiado mercado capitalista en cualquier parte del mundo.

Por años el “Che” ha sido la imagen romántica de la revolución. Encabezando guerrillas desde América hasta Africa, el Che se convirtió en un ícono para quienes, sinceramente, deseaban cambiar el sistema por uno más justo para los menos favorecidos. Pero el verdadero Guevara está muy lejos de la imagen de un hombre idealista y justo. Muy al contrario. Ernesto Guevara fue un asesino serial que mataba a sangre fría y que además disfrutaba con ello.

Pero el Guevara puro y bueno jamás existió. Desde su gusto por la sangre, hasta crear campos de trabajo (las UMAPs) para “tratar” a los homosexuales (y lograr que con trabajo “volvieran a ser hombres”), este argentino barbudo tiene en su historia personal un pasado negro que los ideólogos del comunismo-socialismo han querido ocultar para seguir vendiendo el sueño revolucionario.

Con Castro compartía la idea de que los homosexuales no podían ser parte del ejército y por ello no podían servir en la milicia. Guevara les consideraba degenerados, un grupo que iba en contra de su idea sobre cómo debía ser el nuevo “revolucionario”, el ideal de hombre para la supuesta nueva Cuba.

Pero Guevara también tenía poco aprecio por la mujeres. Viniendo como venía de una familia acomodada de Argentina, tuvo en su juventud acceso a servicio doméstico en su casa y, en las casas de sus amigos y parientes. Guevara abusó sexualmente de muchas de ellas, a algunas incluso en repetidas ocasiones.

En sus propios diarios y cartas a su padre, este asesino reconoció su gusto por la sangre y por provocar la muerte en otros. Luego de haber dado muerte a sus primeras 14 víctimas le escribió “tengo que confesarte papá, que en ese momento descubrí que realmente me gusta matar". En su discurso ante Naciones Unidas, Guevara reconoció “nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida y la hemos expresado siempre ante el mundo. ¿Fusilamientos? Sí. Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario”.

El icónico y bonachón rebelde revolucionario nunca existió. Como tampoco existe, ni existió jamás la utopía comunista. 54 años después de su muerte, Ernesto Guevara sigue siendo un asesino a sangre fría, violador y homófobo. Aún cuando la propaganda y el interés político quieran seguir montándose en una figura idílica que, para suerte de todos, se desmorona lentamente cual castillo de arena.

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