La versión 2024 del Foro Económico Mundial terminó ayer y uno de los temas finales fue uno que será crucial para el futuro de la democracia en el mundo “4.2 mil millones de personas en las urnas”. Casi la mitad del mundo estará en procesos electorales a lo largo de este año y los países latinoamericanos no serán la excepción.

Mientras las democracias más poderosas como Estados Unidos o Europa lidian con crisis derivadas de la desigualdad, la política de identidad, la migración, la disminución de la confianza en las instituciones y los efectos deshumanizantes de la inteligencia artificial, América Latina enfrentan dos elementos adicionales de complejidad: la perdida de confianza en las instituciones democráticas y el empoderamiento de políticos antisistema sustentados en falsas narrativas.

Eel arribo de políticos antisistema es algo que hemos venido viviendo hace ya varios años. Un fenómeno que no es único en nuestra región y que refleja una disminución de la confianza hacia las instituciones políticas tradicionales en todo el mundo.

Solo como ejemplo, en EE. UU., la confianza en las instituciones públicas ha disminuido alarmantemente a solo un 22%, en contraste con el 70% de la década de 1960. Según datos de la OCDE de 2023, poco más de cuatro de cada diez personas confían en su gobierno nacional en los países de la OCDE, con el Reino Unido alrededor del 30%.

La desconfianza generalizada es un terreno fértil para políticos radicales y antisistema que se aprovechan de ella para tejer narrativas falsas. Figuras como Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador han utilizado hábilmente esta desconfianza, tejiendo a menudo narrativas que, aunque engañosas, resuenan con votantes desilusionados. Esta estrategia no se limita a un espectro político, ha sido explotada tanto por facciones de extrema derecha como de extrema izquierda, que aprovechan esta desilusión para ganar poder.

La experiencia de América Latina es un recordatorio de lo que puede ocurrir cuando los ciudadanos pierden la fe en las instituciones democráticas. Los votantes, en su búsqueda de fiabilidad y verdad, a menudo se vuelven hacia estos políticos como faros de esperanza y terminan desilusionados y con sistemas políticos maltrechos y democracias debilitadas.

La sesión del WEF también destacó una idea polémica que "la democracia es complicada” y que la democracia “se trata de que las personas puedan tener diferentes verdades”. Unida a esta idea se puso en duda si alguna vez el mundo había realmente experimentado “grandes épocas para la democracia”.

Una noción peligrosa pues el concepto de múltiples verdades socava la base misma del discurso fáctico, esencial para una democracia saludable. Es una desviación del entendimiento de que, aunque las interpretaciones pueden variar, los hechos siguen siendo singulares. Esto es relevante en el contexto de las elecciones de América Latina pues demerita todo lo logrado durante las llamadas olas de  democracia que trajeron instituciones y prosperidad económica a países como México. La noción de que nunca hubo un "gran momento para la democracia", calificada como nostalgia por algunos, pasa por alto estos períodos históricos de fortaleza y consolidación democrática.

Al mirar hacia las elecciones de 2024 en América Latina y en México por supuesto, no puedo evitar reflexionar sobre la responsabilidad que compartimos en estos tiempos de incertidumbre democrática de enfrentar la manipulación de actores oportunistas que buscan dividirnos cada vez más para lograr más poder. No les demos ese gusto.

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