En el libro "Los viajes de Gulliver" se cuentan las aventuras de Lemuel Gulliver, un hombre ingenuo, vanidoso y un tanto cobarde, en su travesía por tierras desconocidas.

En el tercer viaje, cuando Gulliver llega a Lagado, encuentra una ciudad con gente aparentemente muy ocupada, obreros trabajando y gente con prisas de un lado a otro. Le llama la atención, sin embargo, que toda esa prisa y todo ese trabajo no se ven reflejados en aquel lugar saturado de casas mal hechas, campos sin cultivar y miseria por doquier.

Se entera Gulliver de que en aquel país gobierna un grupo de ministros llenos de ideas absurdas y conocimientos superficiales sobre la mayoría de las cosas. Sin embargo, aquel grupo viaja a ver al Rey y lo convencen de iniciar una Academia de Proyectistas. Una fantasía revolucionaria con la cual buscarán reinventar todo, las artes, la manufactura, la educación, la ciencia pues todo lo anterior es ahora despreciado.

Los lagadenses se convencen, pues les dicen que con sus nuevos métodos un hombre haría el trabajo de diez, un palacio se construiría en una semana y sería prácticamente indestructible y no requeriría reparaciones nunca; los frutos cultivados madurarían cuando los habitantes quisieran y la producción se multiplicaría por cien.

El inconveniente es que ninguno de esos proyectos había funcionado jamás. Como aquel en que uno de los “expertos” puesto por los ministros llevaba ocho años intentando extraer rayos de sol de los pepinos y que aseguraba que en ocho años más podría lograrlo. O aquel que trabajaba en un nuevo método de edificar casas comenzando por el tejado y terminando por los cimientos. Y aquel que pretendía construir un molino más rápido y eficiente, destruyendo uno perfectamente funcional dejando solamente escombros detrás.

Los cambios liderados por ignorantes bajo el disfraz de transformaciones positivas sustentadas en una crítica al pasado dejan en Lagado miseria, destrucción y retroceso. Los ministros proyectistas van destruyendo todo lo que antes funcionaba, bajo el argumento insulso de que todo lo pasado es enemigo de la nueva república. Sin limitaciones y sin ninguna vergüenza dejan en ruinas todo a su alrededor.

Más que ser un cuento infantil, el libro de de Jonathan Swift constituye una crítica mordaz al poder y a la política. Desde hace 4 años en México tenemos nuestra propia versión de gobierno “lagadense”: una vez en el poder se han dedicado a inventar fantasías, prometer maravillas y entregar ruinas.

Sin ton ni son, el Presidente y la 4T se han dedicado a destruir prometiendo fantasías y así construyen absurdos como el Tren Maya, que destruye la selva y difícilmente funcionará algún día. O el Aeropuerto Felipe Ángeles que opera con pérdidas y cuyo costo de construcción incluye la demolición del que ya se construía antes. O la refinería de Dos Bocas que sigue sin refinar un solo barril de petróleo. Y a esas fantasías se suma la destrucción el INE.

Con absoluto desconocimiento, pero “con la cabeza llena de volátiles visiones” la versión mexicana de Lagado, mira con disgusto cualquier cosa que no provenga de ellos, aún cuando, como el INE, haya demostrado su valor y funcionalidad para la democracia y para México.

Saturados de ocurrencias y desprovistos de capacidad, inteligencia y conocimientos, ayer aprobaron dar el tiro de gracia a una de las instituciones con mayor credibilidad y reconocimiento en México y en el mundo.

Para que en ocho años nos queden solamente proyectos inacabados, instituciones en ruinas, miseria y escombros...

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