Desde el inicio del conflicto actual, he sostenido que la intensidad de la respuesta de Israel podría opacar la legitimidad de su defensa frente al brutal ataque terrorista de Hamas del 7 de octubre. La solidaridad internacional hacia Israel se ha diluido, y la defensa de sus valores democráticos se ha complicado ante el aumento de bajas civiles, incluyendo niños, en el norte de Gaza.

La brutalidad de los ataques de Hamas dejaban poco espacio para el nivel de respuesta que los israelíes esperaban de su propio gobierno. Lo dije hace unas semanas en este mismo espacio

La forma del ataque de Hamas, deliberadamente cruel, sádica y humillante contra los ciudadanos israelíes, buscaba despertar precisamente una respuesta acorde. Históricamente, actos de humillación y degradación han servido como tácticas de terror, cumpliendo una función dual. Por un lado, estos actos despojan a la víctima de su humanidad, proporcionando al agresor una justificación torcida que le permite ejecutar sus acciones sin sentir remordimiento. Por otro lado, estos actos envían un mensaje poderoso y aterrador a la sociedad en su conjunto, sugiriendo que algunas vidas tienen menos valor y pueden ser sacrificadas sin consecuencia.

Asimismo, mediante la degradación, deshumanización y humillación, el terrorista busca provocar y desencadenar una sobrereacción de su adversario. El terrorismo emplea la táctica de nivelar moral y éticamente al otro con su propia imagen, con el fin de despojarlo de su superioridad moral y así incidir en la opinión pública.

A casi un mes de aquellos ataques, las bombas siguen cayendo sobre Gaza. Más de un millón de palestinos han sido desplazados y la cifra de muertos pronto alcanzará cinco dígitos. La estrategia de Netanyahu, percibida como orientada a satisfacer a sus aliados más radicales, ha impactado la empatía global hacia Israel y su lucha contra el terrorismo.

Mientras tanto, la percepción de Hamas ha cambiado en algunos sectores, donde sus acciones son vistas como resistencia, justificando lo hecho por Hamas aquel fatídico 7 de octubre. Las movilizaciones en distintas partes del orbe han dejado claro que actualmente, para muchos, la muerte de inocentes a manos de terroristas, es “resistencia” y es “justificable”. Una postura muy peligrosa que da pie a comprender la razón de la negativa tanto de Egipto como del resto de países árabes de involucrarse en el conflicto y de abrir la puerta a refugiados palestinos que, consideran, podrían traer consigo el germen del temido terrorismo a su propio territorio.

Reconocer estos puntos no implica antisemitismo ni islamofobia. Es evidente que Israel no podía ignorar los ataques, pero sigue aún pendiente, como lo ha reconocido el propio Netanyahu, que se investigue como pudo darse un ataque como este y si  Las políticas de invasión de Netanyahu y su controversial propuesta de reforma judicial podrían haber desviado la atención de la seguridad nacional.

Asimismo, Hamas, consciente de las consecuencias de sus acciones, ha puesto en riesgo a la población de Gaza, entre quienes se oculta y a quienes utiliza.

El futuro es incierto. El objetivo de Netanyahu de destruir completamente a Hamas está borrando totalmente a Gaza. ¿Cómo se hablará de negociar la paz en circunstancias así? ¿Cómo negociar si hoy se aprovecha el contexto para continuar una agresiva campaña contra los palestinos en Cisjordania demeritando con ello, aún más, la poca credibilidad de la Autoridad Palestina? Pero sobre todo ¿quién quedará en la mesa, con quién se negociará cuál paz?

Twitter: @solange_

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