Lo ocurrido ayer en el Capitolio no fue un intento de golpe de Estado , no fue un intento de golpe militar y no, tampoco fue un intento de autogolpe de Estado. Sin apoyo de mandos militares ; sin un pronunciamiento a su favor de las instituciones encargadas de la defensa; del poder judicial, o al menos la salida unificada de los Congresistas de su partido. Sin el propio Trump encabezando y arengando a sus violentos seguidores, ni siquiera cuenta como un autogolpe. Su habilidad política no da para organizar algo así. Esto no fue más que una lamentable y violenta manifestación de un puñado de seguidores de Trump.
A pesar de que una buena parte de los Republicanos jugaron con fuego durante los últimos dos meses, siguiendo el juego siniestro del fraude electoral iniciado por Trump, el desastre de ayer obligó a todos a tomar posiciones que implican el futuro del país, pero también, no lo olvidemos, el futuro político de cada uno de ellos. Y ahí radica la enorme diferencia y la razón por la que Trump perdió ayer.
Trump no es un político, no entiende de representación política ni los incentivos que el sistema representativo implican en un sistema político como el estadounidense. Los congresistas norteamericanos son legisladores de carrera, que han ocupado sus escaños por lustros e incluso décadas. Es su trabajo, el trabajo de toda su vida. La toma del capitolio implicaba poner en riesgo ese sistema y su propio trabajo, su reelección, su vida dedicada a la política.
A esto se suma la postura ideológica, el valor de mantener el orden, el respeto al Estado de Derecho es prioritario para los republicanos. Han peleado por él su vida entera y por eso sus duras críticas a movimientos como Black Lives Matter, críticas contra la falta de respeto a la autoridad, la ley y las instituciones. Para ellos, para un digamos, Mike Pence, las personas que estuvieron ayer en el Capitolio hicieron todo lo contrario de aquello por lo que han trabajado toda su vida.
Para Trump esto no significa su trabajo ni tampoco su ideología. No necesita lo primero y le estorba lo segundo. Por eso actúa como actúa. Sin importar las consecuencias. No hay incentivos para que actúe de otra forma.
¿Se puede hacer un impeachment o Invocar la enmienda 25 para destituir a Trump?
Lo primero es prácticamente imposible por una cuestión de tiempo. Le quedan 13 días a la administración de Trump, insuficiente para procesar un impeachment. Sin embargo, ayer por la noche se seguía comentando la posibilidad de invocar la enmienda 25, un proceso de sustitución presidencial, en este caso, por incapacidad para gobernar. Sin embargo, el Presidente tiene la facultad de impugnar la notificación de incapacidad hecha por el Vicepresidente y el Gabinete dejando la decisión final en manos del Congreso que tendría que votar por su salida por mayoría calificada (dos tercios) en ambas cámaras. En conclusión, un proceso para el que tampoco hay tiempo suficiente.
¿Es Estados Unidos una democracia o ha dejado de serlo?
En el entorno correcto, la democracia estadounidense ha demostrado tener un talón de Aquiles: buena parte de su estabilidad institucional depende de la buena fe y del acuerdo no escrito de mantener la democracia entre dos partidos políticos.
Por siglos, la cordialidad política y el reconocimiento del adversario político sirvieron para mantener cambios políticos generalmente ordenados. Pero basta un narcisista, un megalómano con ganas de quedarse en el poder, para poner todo eso en vilo.
Joe Biden tomará posesión el próximo 20 de enero y se convertirá en el 46o Presidente de Estados Unidos. Eso no significa que los niveles de polarización decrecerán automáticamente. Lo que vimos, y quizá aún veremos en los próximos días, es un signo de una enfermedad que debe ser atendida. Donald Trump ha dado la muestra de que el populismo tiene terreno fértil en Estados Unidos y, aunque esta vez, su fortaleza institucional, la gran influencia de los poderes fácticos y los incentivos políticos correctos han permitido mantener vigente la Constitución, la semilla ha sido plantada.