Hace apenas unos días, una terrible ola de calor afectaba el hemisferio norte provocando un incremento de temperatura como pocas veces se había visto antes. En Siberia se superaron los 35 grados centígrados provocando cientos de incendios forestales. Lo mismo se pudo ver en Noruega y Finlandia, donde durante junio se vivió un verano atípico.
El mes de junio de este año, ha sido el más caluroso del que se tenga registro los países del norte del continente americano. En la Columbia Británica en Canadá las temperaturas superaron los 40 grados Centígrados, ocasionando incendios que incluso arrasaron con la localidad de Lytton donde se registraron incluso más de 49 grados el 30 de junio.
Esta ola de calor ocasionó la muerte de más de 700 personas y ha sido la responsable también de la muerte de infinidad de seres vivos en la costa oeste canadiense. Millones (incluso se habla de cientos de millones) de caracoles, almejas y mejillones se cocieron en las playas hasta morir. Esa misma ola de calor afectó diversas ciudades de Estados Unidos como Seattle y Portland, cuyos habitantes presenciaron el derretimiento de calles y cables de energía eléctrica.
En Irak, el país se quedó prácticamente sin energía eléctrica luego de enfrentar temperaturas hasta 8 grados centígrados más altas que el promedio en esta época. Mientras que en Madagascar, uno de los países más pobres del mundo, enfrentan la peor sequía en cuarenta años, dañando cultivos y poniendo en serio riesgo de hambruna a más de un millón de personas. La crisis ambiental no discrimina entre ricos y pobres, pero sin duda quienes tienen menos recursos la pasarán mucho peor.
Si bien América Latina sólo aporta el 10 por ciento de las emisiones mundiales, somos una de las regiones más vulnerables frente a sus efectos. En los últimos años, Chile ha vivido una sequía histórica que en este 2021 solamente se ha profundizado. Mientras que en México el verano ha traído lluvia y granizo provocando inundaciones sin precedentes en diversas zonas de la Ciudad de México y su área conurbada.
Pero no es únicamente la afectación a otras especies, la pérdida de bienes materiales o la destrucción de ciudades y pueblos. Es, especialmente el daño que se genera para la vida de millones de personas en todo el mundo; desde migraciones forzadas hasta los muertos por causas climáticas.
De acuerdo con un estudio publicado el pasado primero de julio por la revista británica The Lancet, la crisis del clima, los cambios anormales de temperatura y los desastres que se han generado ha consecuencia de esta, ha sido la causa de la muerte de 5 millones de personas cada año entre el 2000 y el 2019.
Nuestro papel como ciudadanos es demandar que nuestro gobierno retome los compromisos que tiene y no está cumpliendo. Que deje atrás la política de subsidios a combustibles fósiles que tanto nos cuestan a los ciudadanos, en impuestos y en contaminantes que dañan nuestra salud.
Hoy nos toca no perder la esperanza. Nos toca motivarnos a nosotros mismo, soñar y luchar por un futuro mejor. No hay tiempo para tristezas ni lamentaciones, no hay tiempo para dividirnos y culparnos unos a otros. El reloj sigue andando y el tiempo se nos agota. Cambiar políticas energéticas, cambiar procesos, cambiar hábitos de consumo, cambiar nosotros mismos y nuestras acciones. Parece mucho. Pero no estamos solos.
Millones de personas en todo el mundo se suman en una esperanza por cambiar las cosas y quizá un futuro mucho más brillante esté esperando por nosotros. Lo único que nos resta aprender es que tenemos que hacerlo JUNTOS. Hablamos de nuestra sobrevivencia como especie. Queremos ¿construir o destruir nuestro futuro?