Desde Siberia hasta Estados Unidos, desde Canadá hasta la Argentina pasando por España y Portugal, prácticamente todos los continentes del planeta vivían incendios incontrolables desde hace semanas. Este 2021 se ha convertido en uno más de los años más calurosos de los que se tenga registro, con temperaturas que en algunos lugares han superado incluso los 53ºC.
En Grecia y Turquía, el fuego sigue destruyendo localidades enteras en la peor ola de calor que haya vivido la región en los últimos 40 años. Las densas nubes de humo en distintas partes del planeta han podido verse desde el espacio, a donde también llegan las imágenes tomadas por satélite, de la terrible destrucción de la Amazonía brasileña que en junio enfrentó uno de sus peores meses por el aumento desmedido de incendios y deforestación.
Ha sido tal el grado de destrucción de la selva tropical amazónica que diversos científicos han hecho llamados urgentes para evitar que se llegue al temido “punto de no retorno”. El momento en el que dado el grado de destrucción de la selva ésta ya sea imposible de recuperar. De llegar a ese punto la selva tropical podría sustituirse en algunos años por una cálida sabana con el enorme impacto planetario que esto podría tener.
Pero mientras en algunos lugares los incendios lo destruyen todo, en otros ha sido el agua. Las desoladoras imágenes de inundaciones ocurridas en todo el mundo, desde Alemania hasta China, dan cuenta del gran impacto que el aumento de clima está teniendo para nuestro planeta, más aún, para nuestra propia supervivencia en él.
Noticias desoladoras a las que se sumó la presentación del más reciente reporte del Panel Intergubernamental de Cambio Climático que destaca sobre todo la inevitabilidad de muchas consecuencias del cambio climático. En muchos casos ya hemos llegado al punto de no retorno. Retrasamos tanto la transición energética, la reducción de emisiones que hoy el calentamiento es prácticamente inevitable. Los próximos 30 años, al menos, serán más calurosos. Un futuro que se antoja apocalíptico.
Sin embargo, a pesar de todo, hay algunos visos que pueden darnos esperanza. Entre incendios e inundaciones, la discusión sobre el cambio climático y las acciones para abatirlo, para desarrollar estrategias de mitigación y adaptación, volvieron a ocupar titulares y un lugar en las agendas políticas. Muchas de las naciones afectadas hoy por el cambio climático son países con recursos que pueden contribuir a financiar la transición energética en países más pobres. Hoy más que nunca es claro que el cambio climático no reconoce fronteras ni ingresos per cápita.
La pandemia ha mostrado que es posible tener ciudades menos abarrotadas y por tanto con menos emisiones, donde la gente incluso no deba trasladarse para trabajar y por tanto no utilice un transporte. Nuevas formas de trabajo y de vida han llegado para quedarse y eso dará un respiro indispensable a muchas ciudades.
Los compromisos de reducción ya no son únicamente hechos por los gobiernos. Grandes compañías privadas han iniciado una transición a productos sin emisiones. Particularmente esperanzadores son los compromisos hechos por las grandes armadoras de autos que avanzan sin cortapisa hacia la producción y venta exclusivamente de autos eléctricos e híbridos. Las emisiones en los países más desarrollados han venido disminuyendo dado el creciente uso de energías renovables. El cambio, gracias a una acelerada disminución de costos para el consumidor, pronto será imparable también en los países en desarrollo.
El camino está trazado. Aún para gobiernos como el de México, que parece empecinado en ir a contracorriente del mundo, el cambio será inevitable. Así que, dentro de todo lo negativo, parece que hay razones para la esperanza.