Casi 6 millones de hectáreas de bosques destruidas, un millón de animales afectados, entre ellos decenas de miles de koalas y diversas especies endémicas de ese país. Se calcula que los incendios forestales de Australia han sido dos veces más destructivos que los ocurridos en Brasil hace unos meses.
En agosto pasado, los incendios en la Amazonía brasileña le daban la vuelta al mundo. La destrucción provocada en uno de los llamados pulmones del mundo nos ponía a reflexionar sobre el impacto del cambio climático y las letales consecuencias que puede tener, no ya para el planeta y para la vida en él, sino especialmente para la supervivencia del propio ser humano en la Tierra.
Muchos han señalado con el dedo al cambio climático (y la innegable responsabilidad del ser humano en el mismo) como la causa principal del esta interminable temporada de incendios en el gigante oceánico. Hay mucha razón.
Si bien es cierto que los incendios son algo que ocurre normalmente en Australia, la temporada que inició en septiembre ha sido una de las más devastadoras en décadas, principalmente debido a una acumulación de factores, entre ellos las más altas temperaturas registradas, la escasez de lluvias , incremento de los vientos y una terrible sequía que ya sumaba 3 años seguidos. Lo que inició en septiembre, para diciembre aún no tenía visos de terminar.
Sin embargo, el problema más grande quizá no sea el cambio climático ni las graves consecuencias que trae aparejadas. El problema es que al parecer los negacionistas del cambio climático, lejos de perder fuerza, la han ganado. El propio primer ministro australiano, Scott Morrison , ha hecho eco, en los últimos días, del gastado discurso de la “normalidad” de estos eventos “son sólo desastres naturales” dijo a los periodistas hace unos días.
Morrison ha sido siempre un negacionista; mas aún, es un constante impulsor de políticas que permitan seguir utilizando fuentes fósiles para producir energía en su país. Llegó al poder en 2018 y desde entonces Australia ha dado marcha atrás a todo aquello que había sido impulsado por gobiernos anteriores al suyo: el apoyo al Fondo Verde, a los países insulares afectados por el cambio climático, el establecimiento de metas específicas de reducción de gases de efecto invernadero.
Y hay que señalar que una parte de los medios de comunicación australianos ha sido cómplice en esta negación pues se han dedicado ha esparcir noticias falsas e incluso la “sospecha” de que los incendios pudieron haber sido provocados incluso por activistas contra el cambio climático o por pirómanos.
Las imágenes satelitales no podrían ser más escalofriantes. Durante semanas, el país entero estuvo en llamas, con más de 120 conflagraciones ocurriendo al mismo tiempo y casi 70 de ellas sin control. Apenas ayer circulaba un video grabado por bomberos australianos en el momento en que la lluvia empieza a caer ayudándoles a apagar el fuego. Ríen, aplauden, bailan. No es para menos.
Durante años los científicos han advertido de las consecuencias del cambio climático , para los australianos hoy, esas advertencias han cobrado un nuevo sentido: esto apenas comienza y, si el mundo entero no se une para contener las emisiones, lo que viene puede ser peor.
Ahora Australia deberá renacer y reinventarse de sus cenizas, cenizas dejadas por los cientos de miles de animales muertos y las miles de viviendas destruidas; pero también por la insensibilidad con la que el sector conservador de la política australiana, encabezado por su primer ministro, ha tomado este asunto. Lamentablemente el tiempo apremia y al parecer el negacionismo va ganando la batalla.