El otoño llegó al hemisferio norte del planeta y como suele pasar, la temperatura disminuye, las hojas de los árboles se colorean de naranjas, amarillos y rojos para finalmente caer y formar hermosas alfombras de hojarasca seco. Las aves emprenden la migración hacia el sur del continente buscando temperaturas más templadas para pasar el invierno y con su partida el tiempo pasa despacio, solitario y silencioso.
Sin embargo, en Nueva York, el comienzo del otoño suele transformar, al menos una parte de la ciudad, en un espacio de congregación interminable, en un andar bullicioso de trajes, corbatas y tacones. La Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, congrega a los líderes políticos, jefes de Estado y de Gobierno de decenas de países para conversar sobre los grandes problemas que aquejan a la humanidad y sobre los minúsculos acuerdos que se suelen alcanzar para solucionarlos.
La sesión 76 de la Asamblea General no fue, lo digo con tristeza, la excepción. Con programas saturados de “reuniones de alto nivel” y agendas rebosantes de menciones a la pandemia del Covid-19, al cambio climático y a conflictos armados en curso, se podrían esperar grandes resultados. No los hubo
Hubo grandes discursos, eso sí. Muchas palabras lindas para retratar las complicadas ecuaciones políticas y económicas que implicaría tratar de aumentar los compromisos para reducir emisiones y llegar a 2030 con el trabajo hecho. Elocuentes discursos para señalar lo difícil que es tratar de resolver el problema del cambio climático o la crisis económica que ha dejado la pandemia del Covid, sin antes resolver la desigualdad social. Todo ello sin proponer soluciones o comprometer cambios en el propio país.
Los líderes del mundo se reunieron para dar discursos, para ensalzar el trabajo que hacen (supuestamente) en su país para reducir emisiones, para criticar y condenar a los de enfrente, pero no los hubo para comprometerse más y de manera más seria con la descarbonización y la reducción de emisiones. A cuál más a cuál menos, pero prácticamente a ninguno se le puede tomar muy en serio al día de hoy.
Empezando por el presidente de Brasil (que llegó sin vacuna y con cuatro miembros de su staff contagiados de Covid) cuyo escepticismo sobre el cambio climático y su errática política pública han llevado a una deforestación sin precedentes en la selva amazónica que durante su presidencia ha aumentado en más de tres cuartas partes.
El discurso de Biden fue seguido con interés, pero con escepticismo en el mundo. El reciente fracaso en la salida de tropas de Afganistán ha hecho que el presidente de Estados Unidos pierda buena parte de su credibilidad. Luego de 20 años de ocupación para derrotar a Al-Qaeda y sus protectores, el régimen Taliban, el ejército de Estados Unidos, bajo el comando de Biden, abandonó el país dejando a millones de ciudadanos a su suerte bajo el yugo de un régimen Talibán recargado, apoyado y soportado financieramente por Pakistán.
Es probable que, entre discurso y acción, lo más destacable se lo llevara China. Su discurso fue, más o menos la misma retórica de siempre pero con un compromiso muy concreto y que puede tener un enorme impacto. La no construcción de nuevas plantas de carbón en el extranjero eliminando con ello el financiamiento para este tipo de plantas en todo el mundo. Lo que aún no sabemos es lo que sucederá con las plantas que actualmente están en construcción financiadas por el Estado Chino. Sin embargo, esta puede ser una buena noticia, de cara a la próxima cumbre climática (la COP26) a celebrarse en Glasgow en noviembre.
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