“[En esta era de definición sobre la cuestión europea] el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) se ha convertido en una fuerza “subversiva” y también “revolucionaria”, que impulsa el cambio social […] la actitud del partido [y de Erdogan] con respecto a Europa, es evidencia de la creencia dentro del partido de que [los] principios democráticos son de hecho la principal salvaguardia para su futuro”.
Esto escribía, en 2004, Murat Belge, uno de los muchos intelectuales y periodistas turcos que apoyaron a Erdogan durante sus primeros años en el poder. La decepción vendría poco después. Belge, como muchos otros intelectuales, académicos y periodistas, encontró que Erdogán no era lo que prometía. Que no tenía compromiso con los valores democráticos y que amenazaba el frágil sistema e instituciones que se estaban construyendo ene Turquía.
Belge se convirtió en un crítico y fue acusado por sus dichos en una conferencia pública en 2005. Su nombre aparecería después en una lista elaborada por las fuerzas armadas en 2006 (filtrada y publicada en 2007). Junto al suyo vendrían muchos nombres más de periodistas considerados como “no dignos de confianza”.
En 2013, luego del arresto de cientos de periodistas, el despido de académicos e intelectuales por el cierre de universidades y centros de pensamiento, Belge escribía “todos los problemas que persiguen a Turquía, emanan de la personalidad y objetivos de Erdogan”. Belge enfrenta una condena de cuatro años de prisión por insultar a Erdogan en una columna de 2015. En 2021 alrededor de 300 periodistas se encontraban en la cárcel. Tan solo en 2020 había más de 30,000 investigaciones abiertas por este delito.
La historia de Belge tristemente no es una excepción. Luego de apoyar a Erdogan a principios de los años 2000 para llegar al poder pensando que con eso la democracia en Turquía daría un paso al frente, intelectuales, periodistas, empresarios y estudiantes se encontraron con que aquel revolucionario con tintes islamistas no era más que un autoritario iliberal.
El caso me vino a la mente luego de lo ocurrido en México en las últimas semanas. Luego de la farsa del revocatorio y la votación y rechazó de la reforma constitucional al sector eléctrico en la Cámara de Diputados, la discusión sobre si hay o no oposición. Si se lograron los votos para vencer la regresiva reforma presidencial y cómo se lograron.
Viendo lo ocurrido en Turquía y en otros países que han sucumbido al canto autoritario, creo que hay tres aprendizajes muy claros que los ciudadanos deberíamos considerar rumbo a la elección del 2024.
El primero sonará a verdad de perogrullo pero debemos dejar de pensar que hay un personaje, un líder que vendrá a salvarnos del infortunio. Cuando se piensa en las posibilidades de la oposición para ganar, seguimos pensando en ¿quién será ese candidato carismático que nos salvará?. Si algo hemos aprendido en los últimos años es que sólo logrando instituciones fuertes podemos defender la democracia. En los próximos dos años, la oposición y los ciudadanos debemos darnos a la tarea de defender las que aún tenemos, empezando por las electorales.
El segundo es que las soluciones fáciles no existen. Fue el discurso fácil populista el que nos ha traído a donde estamos hoy. Fue la narrativa de representar a “la gente real” y “combatir a los enemigos del pueblo” lo que llevó a Erdogan al poder y a seguir ahí casi por 20 años. La oposición debe mirar con ojo autocrítico todo lo que hicieron mal antes para llevarnos a donde estamos hoy y debe mirar al futuro pensando en una agenda seria y bien estructurada que convenza a los ciudadanos.
El tercero y quizá el más difícil de lograr será vencer la polarización, dejar de atacar a aquellos que votaron por el presidente actual y hoy se arrepienten. Seguirlos culpando, seguir señalando con el dedo acusando un “se les dijo” no va a cambiar la realidad que vivimos. Pero buscar la unidad si puede cambiar el número de votos depositados en la urna. Seguir polarizando únicamente beneficia a quien tiene la posibilidad de obtener, al menos, 15 millones e votos. El discurso de unidad puede atraer al resto.
De no hacerlo, lo ocurrido el domingo pasado no habrá sido más que una anécdota en uno de los peores sexenios en la historia moderna de nuestro país.