Tuvieron que pasar cuatro elecciones en tan sólo dos años y una de las escaladas bélicas más graves en los últimos años para que Israel viviera la salida del, hasta hoy, primer ministro Benjamin Netanyahu.
Netanyahu o Bibi como es conocido en Israel, gobernó durante 12 años y los últimos dos mantuvo en vilo la democracia del país cuando las fuerzas políticas se vieron imposibilitadas de lograr la mayoría necesaria para formar gobierno. Israel tiene un régimen político parlamentario, lo cual significa que luego del voto de la ciudadanía, la mayoría parlamentaria debe reunirse para formar el gobierno que será presidido por un primer ministro.
Lograr esta mayoría no es una tarea sencilla en regímenes multipartidistas como el israelí que, en esta ocasión, tuvo que echar mano de una coalición extremadamente diversa y frágil cuyas posibilidades de perdurar son pocas debido, principalmente, a tres razones.
La segunda razón es numérica. La propuesta de coalición aún requiere el voto de confianza de la Knesset, el Parlamento israelí. Para alcanzarlo se requiere una mayoría parlamentaria de 61 legisladores de los 120 que integran la única cámara legislativa en Israel. La coalición Lapid-Bennett-Abbas se sostiene sobre alfileres pues apenas alcanza los 62 escaños en la Knesset. Y ese número aún puede reducirse debido a los intensos debates y críticas que ha generado esta disímbola coalición, especialmente al interior del derechista Yamina, uno de cuyos legisladores ya ha anunciado que no votará a favor de este acuerdo. Si más legisladores de Yamina se unen a él, la coalición se derrumbará al no tener los votos suficientes. Be-nnett ha sido intensamente criticado por considerar que atenta contra los principios de su partido al unirse a una coalición considerada de izquierda.
La tercera razón es política. Netanyahu no se irá sin dar la pelea, primero a través del contacto con los desertores de la coalición para que no se logre el voto de confianza. Para ello cuenta aún con apoyo en el Parlamento para retrasar la votación hasta, quizá el 14 de junio. El actual Speaker del Parlamento es miembro del Likud y es el responsable de controlar la agenda parlamentaria.
Este tiempo le permitiría a Netanyahu acercarse a los detractores de Lapid y Bennett y convencerlos de no dar su voto a favor de la coalición. Si en 45 días el Parlamento no ha seleccionado al primer ministro se estaría en el escenario, una vez más, de un nuevo proceso electoral. Si no lo logra, es de esperarse que Netanyahu se convierta en un opositor muy duro. No olvidemos que su partido, Likud, sigue siendo el más grande de Israel, con 30 asientos en la Knesset.
Con acusaciones de corrupción en su contra, Netanyahu tiene todos los incentivos para tratar de descarrilar al nuevo gobierno y lo hará mostrando todas las grietas ideológicas de la nueva coalición. Es de esperarse que esas grietas también vayan apareciendo solas. Temas tan espinosos como los desalojos de árabes-israelíes o la política de ocupación sacan chispas por sí mismos y han comenzado a hacer mella en la alianza partidista. Entre más tiempo pase para formar gobierno hay más posibilidades de que la coalición termine por romperse.
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