Un serio Erdogan esperaba en el vestíbulo a que su anfitrión lo recibiera. Su anfitrión: Vladimir Putin. Era el 5 de marzo de 2020. Dos minutos pasaron antes de que la puerta se abriera para recibir al presidente turco. Erdogan se impacientaba y se cansaba de pie acompañado de toda su comitiva que, al igual que él, lucía desconcertada. Al final, despacio y dubitativo termina por sentarse en una silla junto a la puerta.
Es de sobra conocida la tendencia a la impuntualidad del presidente ruso. Sin importar el nivel del interlocutor con el que vaya a reunirse, Putin, llegará tarde. Muchas figuras importantes han sido víctimas de su mal hábito que puede ser de dos minutos, como el caso de Erdogan en 2020, hasta más de cuatro horas, como fue el caso de la canciller alemana Ángela Merkel.
Vladimir Putin ha dejado esperando a la reina de Inglaterra, al entonces presidente Obama e incluso al Papa Francisco. Parte de su representación de hombres poderosos que trata con subordinados, así sean líderes mundiales de potencias económicas más grandes que Rusia. Su actitud, intenta ser una muestra de poder. Al menos así fue el caso con el presidente turco en 2020. Pero eso fue antes de invadir Ucrania.
Vladimir Putin ingresa a la sala y se coloca frente a la silla que le corresponde y se queda de pie derecho con los dedos de las manos entrecruzados. Haciendo muecas, gestos y moviendo los pies frente a las cámaras. Incómodo e impaciente por lo que parece una eternidad. 50 segundos pasaron hasta que Erdogan hace su aparición sonriente, tranquilo y sin dejo de remordimiento alguno. Era el 19 de julio de 2022, el martes pasado.
El mundo de hoy no es el mismo de hace dos años. La guerra en Ucrania parece haber traído aparejado un orden mundial distinto que aún no es claro cuál será. La relativa impuntualidad de Erdogan obedece no sólo a una especie de dulce venganza. Obedece a su propio entendimiento de la soledad en la que está su homólogo ruso y su ingente necesidad de mantener a sus aliados.
La reunión del presidente ruso con sus homólogos de Irán y Turquía tuvo como objetivo conversar sobre Ucrania y otros temas. Entre ellos el suministro de gas para la Unión Europea, los granos de Ucrania y la intención de Turquía de revivir un conflicto en Siria con miras a que Erdogan se posicione rumbo a las elecciones del 2023. Putin sabe que tiene en sus manos frenar la crisis energética y la inflación en la Unión Europea, todo a cambio de que se acepte la anexión rusa del Donbás y se levanten las sanciones económicas contra Rusia.
Para demostrar su punto, cerró la llave del gas que suministra a través de diversos gasoductos. Bajo el pretexto de dar mantenimiento, a mediados de julio suspendió el suministro de gas a través del Nordstream 1, y a finales de junio suspendió el del también importante gasoducto Turkstream, a través del cual, por cierto, Turquía también recibe su cuota de gas ruso, 45% de lo que consume. Sin embargo, en junio Erdogan anunció que Turquía comenzaba oficialmente la explotación de gas en el Mar Negro de un yacimiento descubierto en 2020.
Turquía sabe que tiene el control del tráfico en el Mar Negro. A mediados de julio llegó a un acuerdo con Rusia y la Organización de las Naciones Unidas para dar salida a los granos de Ucrania y de esa manera aliviar un poco la crisis alimentaria que ha puesto a naciones como Somalia en severo riesgo de hambruna.
Erdogan sabe también que las sanciones económicas están causando severos estragos en Rusia y que Putin necesita aliados para hacerles frente. Sin embargo, no lo hará gratuitamente. Su posición se ha vuelto estratégica y está dispuesto a cobrar por ella. Ese fue el mensaje que le dio a Vladimir en 50 segundos.
Analista internacional
@solange_
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