“Yo ya no me pertenezco, yo soy del pueblo”. Era la noche de un extraño primero de diciembre de 2018 cuando López Obrador iniciaba su presidencia. Más de cuatro años después aquellas palabras habrían de convertirse en su mantra de cada mañana.
Cada desatino hecho público en su administración, cada error evidenciado, cada acto de corrupción develado y cada mala decisión criticada se convierte, todos los días, en un acto contra el pueblo bueno. En un intento conservador por “quitarle al pueblo”, “por lastimar a los que menos tienen”, “por beneficiar a los ricos a costa de los pobres”.
No importa si se trata de la Casa Gris de su hijo en Houston, o de los negocios turbios de su familia. No importa que sea una crítica justificada por la destrucción institucional a la que ha llevado a nuestro país, ni que sea un señalamiento con pruebas de que su gobierno no dejará más que miseria, muchos errores que enmendar, deudas y corruptelas que pagarán los que sigan. Todo lo que se hace y no se hace es a nombre del pueblo.
Es así como los ataques a instituciones democráticas, que se niegan a plegarse al poder del presidente, son presentadas como un reflejo de los "deseos del pueblo”. De un día para otro, en la narrativa populista, el INE, la Suprema Corte de Justicia, el INAI pasaron de ser instituciones autónomas creadas para evitar los abusos del poder presidencial y garantizar las libertades y derechos ciudadanos, a ser “enemigos del pueblo”, “parte de la oligarquía privilegiada”, etcétera, etcétera.
El discurso público deja de ser entonces uno en el que se analice con objetividad los beneficios o perjuicios de una decisión o acción presidencial para convertirse en una defensa del pueblo bueno contra la élite malvada (aunque esa supuesta élite se componga de ciudadanos de a pie protestando en las calles). Y a ese discurso acuden gustosos intelectuales, comentócratas y simpatizantes del populista. Su discurso se nutre no solamente con su propia voz cada mañana sino con la justificación (que a veces raya en la parodia) que hacen de sus estrambóticas decisiones.
Ejemplos como el de Sabina Berman, minimizando las amenazas contra la Ministra Piña y los Ministros de la Suprema Corte hace algunos días es emblemática “esta es la rabia de la gente-gente”. Porque los que criticamos malas decisiones como la ocupación temporal de ferrosur, la cancelación del aeropuerto, los cambios en la política energética y un largo etcétera no somos “gente-gente”.
Así lo dejó claro Viridiana Ríos que en un artículo publicado en Milenio, no tuvo empacho en 1) destacar que Germán Larrea es “el segundo hombre más rico de México”: 2) que la crítica a la ocupación de Ferrosur (y a la forma en que fue ejecutada) vino de parte (supuestamente) de “las voces más conservadoras”.
Tanto Berman como Ríos se colocan a sí mismas en el lado bueno de la historia, el del “pueblo bueno”, el de los “pobres”, “el de la gente-gente”. Aunque cuando hay violaciones constitucionales, a derechos humanos, cuando se eliminan derechos y se lastima a los más pobres ellas -y otros- mantengan un silencio conveniente.
En 2024, el reto que enfrentamos los mexicanos es desmantelar la narrativa identitaria del nacional-populismo militarista de López Obrador. No será fácil. En los poco más de cuatro años que lleva ha logrado trepar como enredadera casi en cada espacio de libertad asfixiando nuestro entramado institucional. Sin embargo, la ineptitud de su gobierno es cada vez mas notoria y sus errores cada vez más imperdonables.
Como ciudadanos debemos construir una narrativa de unidad que haga frente a la narrativa polarizadora sostenida desde el templete presidencial. El populismo puede ser efectivo para ganar elecciones y movilizar a las masas en el corto plazo, pero sus políticas y enfoques simplistas pueden tener consecuencias perjudiciales a largo plazo. El reto para 2024 es que seamos capaces de mostrar que López Obrador no es el pueblo. Que la gente lo vea tal cual es, un presidente incapaz, que tiró a la basura los 30 millones de votos que la gente le dio. Que el 2024 sea cuando deba rendir cuentas por la corrupción e ineptitud de su gobierno.
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