En abril pasado en Taiwan un accidente similar que llevó a la muerte de decenas de personas, fue el detonante para que el Ministro de Transporte presentara su renuncia al cargo y para que el Presidente visitara a las víctimas en el hospital. En muchos países, un accidente fatal como el que vivió México, ha llevado a la renuncia de Ministros del Gabinete e incluso Primeros ministros. Las muestras de apoyo, la visita a los heridos y el consuelo a los deudos son parte de la responsabilidad ética de un mandatario.
Quince días tuvieron que pasar para que el Presidente López Obrador ofreciera disculpas por el derrumbe del metro que causó la muerte de 26 personas la noche del 3 de mayo. Quince días en los que nadie parece estarse haciendo responsable de la negligencia y los errores de construcción que por años daban muestras de que concluirían con un accidente fatal, tal como ocurrió.
Dos semanas le tomó al Presidente ofrecer un perdón por el sufrimiento de las familias de las víctimas de este accidente causado por la negligencia y la corrupción. ¿Qué pudo mantener tan ocupado al habitante del Palacio como para impedirle un acto tan básico de humanidad y de responsabilidad? Uno podría pensar que debió atender asuntos delicados que podrían poner en peligro la seguridad nacional, la estabilidad y gobernanza del país. No fue así.
Si bien durante la mañananera después del accidente lamentó los fallecimientos, el Presidente no dudó en dar un abierto espaldarazo a la Jefa de Gobierno. Los días posteriores se dedicó a atacar a los medios de “amarillistas” por informar acerca del accidente, por señalar los errores estructurales que tenía, acusando también a los “conservadores” de oposición por supuestamente querer “sacar raja política del asunto”.
López Obrador, en estos quince días también viajó a Tabasco a “presumir” los supuestos avances de la refinería de Dos Bocas. Se dedicó a comer tlayudas con una gran sonrisa mientras en la Ciudad de México, distintas familias aún velaban a sus muertos. El Presidente pudo dedicar un video de casi 5 minutos a las tlayudas, los plátanos y los frijoles pero no fue capaz de ir a visitar a las familias de quienes aún lloraban a sus familiares internados en los hospitales de la Ciudad de México.
Mientras algunas familias aún buscaban los recursos para enterrar a sus muertos, el Presidente no dudó en “organizar” un supuesto Festival por el Día de las Madres. Ni siquiera ahí pudo disculparse con las madres de los niños y jóvenes que perdieron la vida el 3 de mayo. Ni una palabra para ellas. Todo eran sonrisas y canciones de Eugenia León.
Sin aspavientos, López Obrador dedicó buena parte de estos días a despotricar contra la oposición y a hacer campaña a favor de Morena. 12 días después de la caída del Metro, el Presidente jugaba beisbol sin preocupaciones, para después ofrecer un perdón a la comunidad China en México por agravios cometidos en 1911. Hace 110 años. Nada sobre lo ocurrido dos semanas antes.
El ofrecimiento de disculpas no llegó voluntariamente, lo dio a pregunta expresa de una periodista presente en la conferencia matutina. Tampoco fue una disculpa sentida sino más bien un tanto manipulada que llega demasiado tarde para demasiadas personas y curiosamente después de que las encuestas señalaran que su aprobación entre la ciudadanía habría caído al menos 4 puntos porcentuales en los últimos días.
Cuando en 2017 ocurrió el socavón en el Paso Express en Cuernavaca, López Obrador, aún aspirante a la Presidencia, exigió inmediatamente la renuncia del entonces Secretario de Comunicaciones y Transportes asegurando que se trataba de un asunto de corrupción. 4 años después con 24 fallecidos más que en aquel entonces, el Presidente no ha estado, otra vez, a la altura. Ni lo estará.
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