Estuve ayer en el Foro Internacional de Alto Nivel en Prevención de Obesidad Infantil organizado por los meros meros preocupados (y ocupados) de la salud pública de este país.
Ponentes de altísimo nivel nacional e internacional fueron convocados por la Academia Nacional de Medicina de México, la Organización Panamericana de la Salud (OPS), el Instituto de Salud Publica (INSP), el Fondo de la Salud Publica para la Infancia (UNICEF), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Secretaría de Salud para hablar sobre los retos frente a la creciente pandemia de obesidad en este país y muchos otros.
Los datos que presentan son devastadores. A veces parecería que hágase lo que se haga, no hay salida. Cada día hay más adultos obesos o con sobrepeso y más niños con la misma realidad. Devastador.
A cuentagotas se va entendiendo lo complejo del problema. Se reconoce también que la educación no es suficiente. Antes se pensaba que si lograbas tener una población que supiera de los riesgos e implicaciones de comer mal, modificarían sus hábitos. Pero no es así. La realidad es que no se han encontrado los caminos para que los hábitos y gustos de la población se inclinen a lo saludable. La gente sabe que lo que come le hace daño y aún así, lo sigue consumiendo.
Datos duros muestran que los niños que entran a primaria son mucho, muchísimo menos “gordos” que los que salen de sexto. Es tristísimo porque, en teoría ¿Qué no debería ser la escuela un lugar seguro? Quizá cuando pensamos en “lugar seguro”, lo entendemos como un lugar libre de violencia, donde no les roben y no los maltraten, pero si el entorno los enferma, ¿Están seguros ahí?
Cada día se consumen más alimentos procesados, empacados, con alto contenido de grasa, azúcar, sodio y químicos que no nutren. Cada día se come menos en casa. La comida casera y natural está siendo reemplazada por comidas rápidas de bajo valor nutricional, sin que quienes lo consumen y enferman, porque eventualmente así es, dejen de hacerlo.
Al parecer las campañas de educación no logran impactar en la mente del consumidor. Mensajes con ideas como “las enfermedades por comer mal te pueden dar ahora, no después” parece que no llegan a donde tienen que llegar en la mente de los consumidores. Parece que todos creemos que a nosotros no nos va a pasar y… ¡sí nos pasa!
Cada vez hay más diabetes y más tipos de diabetes. Mueren al año en México más personas por complicaciones cardiovasculares que por actos violentos, pero eso no lo vemos. Todos creemos que en cualquier momento nos pueden asaltar o secuestrar, pero no nos enteramos de que en cualquier momento nos puede dar diabetes, hipertensión o cualquier enfermedad de este tipo que, esa sí, era completamente prevenible.
Me impresionó que se consuma, en promedio y por persona (niños y adultos), ¡casi medio litro de refresco al día! Y me impresionó porque, si yo no tomo y muchos de mis conocidos no toman… eso quiere decir que por ahí hay quienes beben litros y litros diario. Eso se traduce en cantidades industriales de azúcar, de químicos, de cafeína. Y en el caso de los refrescos de dieta, de edulcorantes no calóricos que se ha visto hacen daño, aumentan el apetito y afectan hormonas. En niños y en adultos.
Ahora la propuesta es el etiquetado frontal, con octágonos en negro que contienen información súper clara y concreta. Es una nueva opción en nuestro país para ver si, de una vez, entramos en razón. Sin duda es una buena propuesta. Dura, pero necesaria. Esta estrategia ya se ha probado en otros países y al parecer ha funcionado. La industria obviamente no está de acuerdo porque sus ventas, en teoría, van a bajar. Pero no hay alternativa. No hay sistema de salud que pueda con millones y millones de mexicanos enfermos.
El panorama es triste. Ojalá las políticas públicas encaminadas a una sociedad sana logren su cometido. A todos nos toca poner de nuestra parte. Y tú… ¿Cuántos litros de refresco o cuántos productos industrializados consumes al día?