Al Dr. José Sarukhán

Abunda el despilfarro de ocurrencias volcadas en informes, matinées y ocios diversos. Son tumultuosas y orientan las tareas de varias instancias del poder público, encabritadas. En los últimos días flaqueó la Constitución, llovió fuego sobre la justicia y nuevos incendios poblaron la pradera. Y sigue la mata dando.

Hace tres años inició la arremetida contra la ciencia y la cultura, el arte y las letras. Operaron la diatriba fulminante y las restricciones presupuestales. Se descalificó a muchos académicos (y a Universidades enteras), acusados de hallarse al servicio de codicias neoliberal es. Las restricciones retiraron suministros a la investigación y la docencia. Hubo protestas, frecuentemente desoídas. Y siguió la mata dando. Botón de muestra: el CIDE y sus cruzados.

El asedio evaporó fondos destinados a la investigación y la creación artística. No pocos operarios de estas disciplinas han sufrido apuros para flotar en el torrente de calificativos que los ofenden, y enfrentar la reducción de recursos que los oprimen. Por supuesto, puede haber ideas diversas a la hora de calificar las excelencias. Lo que gusta a unos puede disgustar a otros. Pero una sociedad plural y democrática, exenta de dogmas, debe cultivar sus valores y alentar los esfuerzos que alimentan el progreso.

Menciono todo esto porque al deceso de organismos valiosos (y a la aparición de proyectos cuestionables) se ha unido la hostilidad contra personajes de la ciencia. Las embestidas incluyen a científicos con amplio reconocimiento dentro y fuera de nuestras fronteras. Se podría formular una relación, más o menos abundante, de agresiones directas o indirectas contra la cultura (cuyos combatientes, sin embargo, se mantienen animosos en el campo de batalla). Hoy me refiero a un caso reciente, aludido por numerosos comentaristas.

Hace varias décadas despuntaba entre los jóvenes mexicanos un biólogo de gran talento, aspirante a una beca para seguir estudios superiores en el área de su especialidad: ecología. Sus primeras gestiones no tuvieron éxito. Se le dijo que esa materia no figuraba entre las prioridades nacionales. Pero el biólogo siguió adelante, venciendo obstáculos, y culminó una carrera estupenda, de la que sus compatriotas nos sentimos orgullosos. Y la ecología figura entre las prioridades universales.

Lo más importante no es el éxito académico del biólogo, sino la atención del Estado y la sociedad hacia el estudio y la preservación del medio en que vivimos, garantía de subsistencia de nuestra especie. A esto ha dedicado su vida el personaje al que ahora me refiero. Y a esto deben aplicarse, con ahínco, sociedad y gobierno.

Es inmensa la importancia de ensanchar nuestra cultura y nuestras buenas prácticas en el ámbito de la ecología. Ya lo sabemos, pero nos “dimos el lujo” (un dispendio pecaminoso) de prescindir de una presencia luminosa en este campo, donde no figuran muchos mexicanos del mismo rango. Salió de estas filas, hostilizado por una ocurrencia, el doctor José Sarukhán Kermez, exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Premio Nacional de Ciencias, miembro de El Colegio Nacional.

Por supuesto, una cosa es que Sarukhán ya no figure entre los miembros activos de la Conabio y otra que se aparte de sus devociones. Honrará a México con la aplicación de su ciencia y su talento, que no desaparecen a golpes de ocurrencias administrativas. Sigue adelante, para bien de México. Y esta marcha del profesor ilustre y de sus colegas será ejemplo para los cultivadores de las disciplinas asediadas, y traerá bienes para la “protección de la Tierra”, casa común de todos, incluso de quienes la ofenden.

Profesor emérito de la UNAM