Un clamor se eleva a voz en cuello. Lo inició el nuevo gobierno en 2018: paz y seguridad. La nación, ilusionada, anheló que ese gobierno en ciernes frenara la violencia y atajara la criminalidad. Entre las promesas del candidato triunfador figuró la pacificación del país. El Estado cuidaría nuestra vida y nuestra integridad. Confiados, fuimos a las urnas y sufragamos.
El 14 de noviembre de 2018, en la euforia por el triunfo electoral, el presidente electo reconoció que “la seguridad de las personas es (…) la razón primordial de la existencia del poder público”. Y declaró, conteniendo el aliento: "cuando las instituciones (…) fallan en su responsabilidad de preservar la vida, la integridad y la propiedad de las personas y las poblaciones, entra en crisis su primera razón de ser (…) se degrada la calidad de vida y se pone en peligro la existencia misma del Estado”. Traduzcamos: si falla el Estado, ¿qué calificación merece? ¿Acaso la de fallido?
¿Recuerda usted sus promesas, Presidente? Por si se ha perdido el recuerdo entre tantos olvidos, le recordaré la fuente de la cita: sus propias palabras que constan en lo que entonces se llamó “Plan Nacional de Seguridad y Paz 2018-2024”, el 14 de noviembre de 2018 (¿y ahora cómo lo llamaríamos?). En 2018 arrancó un plan que debe culminar en 2024. Entonces se dijo: habrá resultados en pocos meses. Hoy estamos más cerca del 24 que del 18, ¿y cuál es el panorama al cabo del tiempo transcurrido desde que ondeó en el asta del “gobierno” ese proyecto de pacificación? ¿Cuál es la situación en el país al que usted colmó de promesas?
Dijo usted que su gobierno “recibirá una seguridad en ruinas y un país convertido en panteón”. Y se propuso imprimir un giro total en este sector de nuestras tribulaciones (al que muy pronto se agregaron otras): habrá una nueva estrategia que brinde paz y seguridad al pueblo. Además del torrente de oratoria y del mar de reformas legales invertidos en el ofrecimiento del cambio anhelado, adoptó usted una expresión que funcionaría a manera de milagrosa jaculatoria: “Abrazos, no balazos”. Todos escuchamos, algunos incrédulos, otros confiados. Y escuchamos todavía, mientras seguimos aguardando los resultados ofrecidos.
Se ha dicho que la expresión “abrazos, no balazos” resume la estrategia del gobernante para pacificar el país y desterrar la violencia. Pero la realidad es que no existe ningún programa que merezca verdaderamente el nombre de “estrategia” (aunque haya un documento llamado “Estrategia Nacional de Seguridad Pública”, presentado por usted, titular del Ejecutivo, el 10 de febrero de 2019, que ha caído en el arcón de las promesas incumplidas).
Usted insiste en que no habrá cambio de estrategia; se mantendrá la que tenemos. Pero, ¿qué estrategia tenemos? Es hora de reconocer que carecemos de una estrategia cuya veracidad, eficacia y calidad sólo se medirían en función de resultados. Y los únicos resultados a la vista son el avance del crimen, la violencia desenfrenada, la impunidad prevaleciente. No hay día que no nos abrume con más noticias sobre asesinatos, masacres, desapariciones, violaciones, extorsiones. No cesan, pese a la proliferación de informes y discursos que no convencen.
El Papa se duele: “¡Cuántos asesinatos en México!”. Y el Provincial de los Jesuitas denuncia: “Un río de sangre corre por nuestro país”. Pero no sólo ellos ni sólo por ellos. Desde hace tiempo, dondequiera, todos nos unimos al clamor persistente que se eleva a voz en cuello: “Ya basta, Presidente”.