La Ciudad de México, atrapada entre la paciencia y la exasperación, es el escenario de muchos movimientos populares. Van de la queja individual a la protesta colectiva, de la marcha pacífica al tumulto iracundo. A veces, los movimientos surgen espontáneamente, en el seno de un grupo, una institución, una facción, y en otras, son el parto de la seducción política, que pone en juego todos los medios a su alcance: el oro y el poder, la amenaza y la promesa.

En esos movimientos han participado millares de ciudadanos, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, profesionales y estudiantes, obreros y campesinos, bajo múltiples banderas. Abarcan todo el abanico de la sociedad, heterogénea y numerosa, que gana la calle y eleva la voz. Las expectativas se explayan en plazas y avenidas, frente a las insignias del poder. Para bien de México, esto deberá ocurrir de nuevo mañana mismo, domingo 26 de febrero de 2023.

Estamos en el ojo de un huracán que inició con aires inquietantes y ha tomado fuerza en la demanda de los ciudadanos. Los vientos se dispararon desde la tribuna del poder, con medidas de fuerza (cubiertas por reformas constitucionales y legales de dudosa legitimidad, por decirlo con un eufemismo) y constantes llamados a la discordia. Últimamente, las tormentas han pretendido una trascendencia que podría descarrilar a la República. Son “vientos aspiracionistas”: aspiran a alterar la marcha de la democracia, afianzar la concentración del poder, desvanecer los controles institucionales y resolver de un golpe —¿y para siempre?— el destino de la nación.

Estos pasos han motivado, acaso por primera vez en mucho tiempo, una reacción de grandes sectores de la sociedad, provocados y ofendidos, que no solían manifestarse. Millares de mexicanos salieron a la calle y expusieron sus reclamaciones en la sede misma del poder que los agravia. Así ocurrió en la sorprendente marcha del 13 de noviembre de 2022. A una voz la gran columna de marchistas abogó por la democracia y por sus instituciones asediadas. Lo hizo en paz. Pronto respondió el autoritarismo, aderezado con la movilización de otros ciudadanos —tan respetables, por supuesto, como los del 13 de noviembre— atraídos con los recursos habituales del poder político.

Los temores persisten y la protesta sigue. No podemos abandonar esta causa. El poder político insiste en desmantelar la democracia, ignorar los legítimos planteamientos de millones de ciudadanos y retroceder las manecillas de la historia. Esto ha determinado una nueva convocatoria popular para llegar al Zócalo y a todas las plazas de México —cuyo único dueño es el pueblo— el domingo 26 de febrero y reiterar la voluntad democrática de los mexicanos, que han reconocido el peligro que acecha.

Vamos al Zócalo y a todas las plazas del país en una gran concentración por la democracia. ¡Vamos! Marchemos nuevamente. Elevemos la voz. Reclamemos nuestros derechos. Exijamos democracia. Preservemos las instituciones de la República. Y hagámoslo -como el 13 de noviembre- en paz inalterable y con honrada ponderación, sin injuria, sin violencia, en ejercicio de nuestra condición de ciudadanos. Hablemos para que se oiga en las trincheras del autoritarismo. Hagamos conciencia y preparemos el sufragio redentor del 2024.

para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, y muchas opciones más.

Profesor emérito de la UNAM

Google News

TEMAS RELACIONADOS