Con emoción y convicción, compartidas por un amplio sector de la comunidad universitaria, la UNAM inicia otra etapa de su vida fecunda. En un procedimiento bien cumplido, la Junta de Gobierno honró su misión y eligió a quien conducirá la marcha de la UNAM durante los próximos cuatro años. Quizás no ha sido fácil hacerlo, como no lo han sido las elecciones anteriores, pero la vocación universitaria de los participantes permitió sortear peligros y avanzar con firmeza y talento. La Universidad de la Nación acreditó su capacidad de autogobierno, prenda de la autonomía ejercida con firme voluntad.
La UNAM ha vivido ocho años de progreso. Conducida por el rector Enrique Graue, sin estridencia ni desviación, amplió su espacio institucional, ganó territorios para la ciencia y el arte, conquistó un lugar de avanzada entre las instituciones de su género y sirvió a los ideales que presidieron su fundación hace más de un siglo: atender los problemas nacionales, mantener abiertos los cauces del conocimiento universal, favorecer el desarrollo de millares de jóvenes —esperanza y razón de ser—, prohijar el avance de la nación con justicia y libertad. Lo reconocemos al rector Graue y a quienes lo acompañaron en esta etapa de la vida de la UNAM.
Ahora inicia otro capítulo, del que esperamos óptimos frutos. Serán el producto de nuestro esfuerzo y de nuestra solidaridad. Al proclamar la refundación de la Universidad en 1910, Justo Sierra señaló el rumbo y el destino de la nueva institución, que habría de gobernarse por la ciencia y resistir los embates del poder. Al establecer el camino y el método para el desempeño universitario, Antonio Caso confirmó la necesidad de cultivar la libertad, con generosa pluralidad. Al defender a la Universidad del asedio de los vientos que pretendieron su declinación, otros ilustres universitarios —asociados a millares de profesores, investigadores, estudiantes, trabajadores, amigos y devotos de la libertad— mantuvieron en vigilia los valores de la Universidad.
En esta nueva etapa deben resplandecer los mismos propósitos, servidos con toda la fuerza de nuestras convicciones. Es lo que México espera y reclama. Sabemos el papel que la Universidad Nacional ha cumplido en la vida del país, su misión como formadora de cuadros, promotora de ciencia, fuente de progreso, competencia y esperanza para jóvenes que de ella han recibido y recibirán los instrumentos para su desarrollo y libertad. Esta Universidad de la Nación ha sido fragua y horizonte. Debe mantener esa doble e indispensable calidad.
En el proceso para la elección de rector participaron numerosos candidatos y corrientes de opinión. Expusieron coincidencias y diferencias, expectativas y cuestionamientos. Temíamos que una “fuerza oscura y poderosa”, colmada de ambición y resentimiento, intentara meter su mano negra en el proceso electoral. No ha sido así. Cada quien impulsó al candidato de su preferencia. Y los candidatos actuaron con respeto y serenidad, conscientes del bien superior que presidió su desempeño: el bien de la Universidad. Al cabo se eligió a un valioso universitario, el doctor Leonardo Lomelí Vanegas, con excelente hoja de servicio a la institución y al país, por muchos años y con muchos méritos.
Ahora llega el momento de mirar hacia adelante, revisar lo que sea preciso revisar, caminar por donde convenga hacerlo, resistir lo que se deba resistir y escribir un nuevo capítulo en la gran obra de la Universidad, promisoria y luminosa. Este es nuestro destino común. Debe ser la empresa a la que se entregue la comunidad universitaria.