Fui testigo —y participante— de una insólita marcha popular: la manifestación del 13 de noviembre de 2022 en el Paseo de la Reforma, concentración masiva dotada de estupenda intención democrática. He participado en numerosas marchas y manifestaciones, cada una con huella propia. La del 13 de noviembre poseyó un perfil excepcional, que enfureció al caudillo y provocó reacciones inmediatas.

Conocíamos el rechazo de un gran sector de la población a la maniobra del caudillo para asumir más poder con una reforma electoral que ponga en sus manos el manejo de las elecciones, de sus órganos de administración y justicia, de sus consecuencias para la vida de México. Y también sabíamos que ese rechazo creciente podría traducirse en movimientos para atraer la atención de los legisladores que se pronunciarán sobre la maniobra. La marcha del 13 de noviembre fue un acto de ese carácter.

La resistencia a la arbitrariedad se ha expresado en la prensa, la academia, los grupos políticos, las mesas familiares. Pero era indispensable dar un paso adelante y elevar la voz. A esto sirvió la marcha del 13 de noviembre. Deben advertirlo el provocador del problema (que falsea la realidad y prepara un golpe de mano para imponer “su” reforma) y el Congreso de la Unión. Los legisladores se disponen a escribir una página de la historia, oscura o luminosa. La moneda está en el aire. Veremos y juzgaremos.

La convocatoria provino de organizaciones combatidas en las matinées del circo político que padecemos. No parecía probable, de primera intención, que tuviese la espléndida respuesta que tuvo. En un círculo de amigos miembros de un partido político hubo quien explicara su decisión de sumarse a la marcha: “si no lo hago, no podría mirar a mis hijos o a mis nietos cuando me pregunten, ¿y tú que hiciste cuando se avecinaba el atentado contra la democracia”.

Por supuesto, asistí a la cita. Llegué a la glorieta del Ángel con mucha anticipación. Había pocos asistentes. Pero al cabo de una hora se habían reunido decenas de millares de ciudadanos de diversas edades, condiciones, procedencias. Había mujeres y varones, jóvenes y personas de edad mayor. Pronto hubo una muchedumbre extraordinariamente numerosa y clamorosa, que emprendió el camino hacia el Monumento a la Revolución. El inmenso coro popular repetía: “he venido a defender al INE”. En el fondo de esa proclama se animaba una recia exigencia republicana: ¡democracia!

Decenas de millares de ciudadanos (número que luego negarían las voces oficiales, mendaces) llegaron al Monumento a la Revolución: un río civil en paz, sin proferir insolencias como las que acostumbra el caudillo. Hacía mucho tiempo que no presenciábamos una manifestación de esta magnitud. No hubo amenazas o promesas que alentaran la asistencia. José Woldenberg pronunció un discurso enjundioso, con autoridad moral para recoger nuestra intención.

Esta voluntad —expuesta en todo el país con el mismo fervor— se debe escuchar en el Congreso de la Unión, por legisladores que actúen como mexicanos al servicio de la nación, no como feligreses de un extravío antidemocrático. Mi vehemente deseo se dirige especialmente a los legisladores del PRI. De ellos espero un comportamiento comprometido con la nación, más allá de temores o intereses personales. Su voto será decisivo. Esta es la hora de México.

Y en esta hora de México el gobernante se apresta a dar un golpe de mano a través de leyes secundarias, esquivando la Constitución, nuevo atropello a la legitimidad constitucional, y de contramarchas “a modo”. También aquí la moneda está en el aire. La nación verá y juzgará.

para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, planes para el fin de semana, Qatar 2022 y muchas opciones más.

Profesor emérito de la UNAM

Google News

TEMAS RELACIONADOS