Aquí hablé del año 2022 como annus horribilis. La amarga expresión se debe a ciertos acontecimientos que nos dejaron una huella dolorosa: ante todo, la violencia que campea y probablemente seguirá dominando a falta de acciones que la contengan. Pero también en otros campos padecimos retrocesos que figuran en los “fastos” del mal gobierno.
Tan deplorable como el progreso del crimen ha sido el ataque a la democracia. Este asedio, emprendido desde la cumbre del poder político, persiste sin freno. En esa cumbre se elevan las banderas del retroceso y el autoritarismo. Supongo que ondearán ahí cuando sus ocupantes brinden por el año que comienza, colmado de augurios. Lo harán con una copa rebosante de hiel por la “caída de la plaza”.
En 2022 hubo novedades que gravitan sobre la vida de México: primero, la reforzada militarización de la seguridad pública; luego, la erosión profunda de normas e instituciones establecidas para velar por la democracia. Nuestro caudillo se ha esforzado por mover atrás las manecillas del reloj y asumir un poder ilimitado y acaso intemporal que compromete nuestro presente y ensombrece nuestro futuro.
La indispensable alianza entre fuerzas parlamentarias que actuaron con lucidez frenó la propuesta de reformas constitucionales en materia electoral. Pero avanzaron las iniciativas de cambios legales (plan “B” de la ofensiva autoritaria, emprendida con desaliño y soberbia) que procuran la quiebra de instituciones: a la cabeza, el Instituto Nacional Electoral. Así, el Ejecutivo echó mano de instrumentos manejados con furia: la difamación (en el sentido literal de la palabra), la presión política y el quebranto presupuestal.
Hablo de difamación porque se ha recurrido a ella para denostar al INE, calificado como “podrido” (expresión inaceptable, por ofensiva e injusta, para quienes sirven o han servido en este organismo, y para millones de mexicanos que han colaborado en limpios procesos electorales), y a quien lo preside. No practico arremetidas ad hominem ni defensas de este carácter, pero sostengo que el presidente del INE, competente y honorable, no merece el trato grosero que ha recibido. Por supuesto, tampoco lo merece el Instituto, que ha acompañado con probidad los pasos adelante de nuestra joven democracia.
El 2023 verá otros asedios de esta naturaleza ruin. Subirán de punto cuando se designe a los nuevos integrantes (entre ellos el presidente) del Consejo General del INE. Aquí se desplegará (y todo hace ver que ya ha comenzado) la fuerza del Ejecutivo, ansioso de apoderarse del Instituto, con lo que ello significa. Si esto ocurre, como lo sugieren los vientos que soplan, se habrá producido un enorme paso atrás en el camino de la democracia y otro adelante en el rumbo del autoritarismo. La desembocadura condicionará nuestro futuro y será sombría para México.
Un amplio sector de la opinión pública ha denunciado la maniobra regresiva (denuncia que obedece al instinto o al conocimiento), pero ésta dispone de inmensa fuerza para imponer el destino que apetece y el medio de alcanzarlo. Es indispensable elevar la voz y multiplicar el esfuerzo para evitar este objetivo ruinoso. La resistencia vela sus armas, pero los sitiadores, arrogantes, ya se preparan para recibir el nuevo año con un brindis en copas colmadas de hiel. Brindarán por la derrota de la democracia y la caída de la plaza. ¡Salud!