No diré que ya encontramos el camino para sacar a México del abismo al que rodó merced a la incompetencia y al autoritarismo que prevalecen. Pero hemos dado un paso —y habrá muchos más— en aquel sentido. Celebremos la alianza entre los mayores partidos políticos y la sociedad civil para derrotar en comicios libres y limpios a quienes pretenden apoderarse de México y asumirlo como patrimonio político y moral en todo el tiempo que se avecina. ¡Otra dictadura que dure mil años!

Por ello debemos saludar esta nueva solidaridad entre mexicanos, haciendo de lado —hasta donde es factible y necesario— reservas y preguntas que seguramente podremos atender y resolver sobre la marcha. Pero ahora ¡marchemos! México lo necesita, con urgencia. Esperamos que otro partido se sume a este frente y que lo hagan también todos los sectores de la sociedad civil. Los necesitamos. Se trata de defender la República.

Hace cinco años, un oscuro periodo, confiamos en que los ciudadanos que acudieron a las urnas tendrían respuestas plausibles a su demanda de soluciones honorables y patrióticas. Esas expectativas se desvanecieron muy pronto. El nuevo gobierno, encabezado por un caudillo, inició una ruta colmada de sombras.

Presenciamos una acumulación del poder muy diferente del ejercicio honesto y constructivo de las atribuciones asignadas en las urnas y de los deberes comprometidos por el nuevo gobernante, entre ellos —por supuesto— el cumplimiento leal y constante de sus deberes constitucionales y legales. Pero vimos que ni las instituciones construidas por millones de mexicanos ni las normas alojadas en la Constitución Política de la República merecían respeto a quien ha manejado el país entre tropiezos y ocurrencias que oscurecen el porvenir de México.

La primera tarea del gobierno en turno fue dividir a los mexicanos, denostar a personas y sectores, colmar de agravios a quienes sostienen puntos de vista distintos de los que profesa el caudillo, desviar la mirada de la violencia que nos agobia, obstruir el desarrollo, ignorar las exigencias de la salud y la educación, poner obstáculos en el camino de la democracia.

Ahora mismo, el caudillo ha salido a ejercer su poderosa influencia en contravención de la ley y de la razón para ofender, desacreditar y combatir a las corrientes políticas que le son adversas. Acaso olvida que él mismo, por acuerdo supremo, designó a los militantes de su partido que habrían de competir —digámoslo así— por la primera magistratura del país. Y tampoco recuerda que hace apenas unos días indicó a los ciudadanos cómo deben votar para asegurar el imperio autoritario en las Cámaras del Congreso de la Unión. Es así que el caudillo cesa de ser el presidente de todos los mexicanos y se convierte en líder de una facción. Y es así que se vulnera la más elemental decencia política.

Regreso al inicio de esta nota. Ha sido muy difícil concertar las voluntades de partidos políticos enfrentados desde hace tiempo. Lo ha sido —y lo será— forjar coincidencias firmes e irrevocables entre esos partidos y los grandes sectores de la sociedad civil que anhelan y exigen cambios profundos. Pero llegó el momento de reconocer que deberemos generar respuestas y alcanzar conciliaciones mientras recorremos, juntos, el camino que lleva a la salvación de México. A quienes tienen dudas y reservas legítimas, debemos invitarlos a contribuir a la construcción de una gran muralla civil. No naufraguemos con olas menores cuando se necesita detener el sunami que amenaza a México.


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