Fuimos testigos de insólitos disturbios en una antigua democracia . La turba iracunda violentó las instituciones de la poderosa república. Ésta se había creído a salvo de asonadas como la que presenciamos con los ojos muy abiertos —y espero que con la conciencia muy alerta— el miércoles 6 de enero de 2021. La muchedumbre asaltó el Capitolio , suspendió las deliberaciones del Congreso y mostró al mundo la cosecha de quien siembre vientos huracanados y descarrila el curso de la historia. La nación recibió los frutos prohijados por un sujeto movido por la ambición, la incultura y la soberbia.
Esto ocurrió en Estados Unidos , nada menos. El mundo, estupefacto, ha tomado nota. México es parte de ese mundo. Por lo tanto, tomemos nota de lo que sucedió a poca distancia, en más de un sentido, de nuestra geografía y de nuestras inquietudes. Sepamos lo que acontece cuando cunden la irracionalidad, la discordia y el desenfreno .
Preguntémonos por qué pasó, quién lo promovió, qué fuerzas se lanzaron al asalto, cómo influirán esos hechos —y todos los que precedieron y alentaron— en el futuro de una república confiada . Si no reflexionamos sobre este episodio de la historia, tan cercano, podríamos suponer que se trató de un terremoto ajeno a nuestra vida y alejado de nuestros pasos. La experiencia de otros podría ser lección para nosotros.
El presidente electo de los Estados Unidos, que ha mostrado serenidad y prudencia —virtudes de un estadista, no flaquezas de un político oportunista y codicioso—, calificó el asalto como una “insurrección”. No habló de una tentativa golpista, aunque la hubo. Presumo que quiso referirse a una asonada contra la Constitución —la más antigua del mundo— y la democracia . Insurrección en la que emerge el pasado y pretende tomar el timón del futuro; insurrección de piratas .
¿Nos sorprendió el asalto, perpetrado por una muchedumbre y por quien la incitó a cometer este crimen de lesa patria? No, de ninguna manera. Seríamos muy ingenuos si no advirtiésemos que este movimiento ha sido parte —ni la única ni la última— de un proyecto golpista desenvuelto a lo largo de varios años. Para afianzar sus pretensiones dictatoriales, el mandatario populista aprovechó antiguos agravios y animó profundas contradicciones en el seno de la sociedad que le confió su gobierno. Debió unir al pueblo, pero optó por gobernar bajo los signos del encono y la intolerancia . Dividió a su nación —y éste será su legado, que persistirá por mucho tiempo— en hemisferios enfrentados. Encaramado en una suprema magistratura, alimentó la discordia , repudió a las instituciones, reprobó la libertad, favoreció el desorden , impugnó a los discrepantes, vulneró los principios y los valores constitucionales, desafió al mundo y pretendió instalar, sin derecho y sin cordura, un imperio personal arbitrario y beligerante. Los hechos del Capitolio fueron la consecuencia de la siembra de vientos que producen tempestades. Inexorablemente.
Nada de esto ha ocurrido lejos, en un mundo ajeno a nuestra vida, a nuestra experiencia, a nuestras pasiones.
Tomemos nota. El proceso electoral norteamericano de 2020-2021 desembocó en los sucesos que hemos presenciado, muy cercanos a nosotros. El pueblo de ese país, en el que cundió la desunión provocada por quien debió fomentar la concordia, se pronunció por el cambio al amparo de unas elecciones . Fue la oportunidad de hacerlo. Enhorabuena. Sin embargo, hay daños profundos. Persisten los factores de la discordia, herencia de años terribles. Habrá que aplicar una reingeniería de gran alcance. La mala siembra caló muy hondo.
Profesor emérito de la UNAM