Por supuesto, Presidente, le deseo pronta y total recuperación. La habrá. Y también deseo pronta y profunda rectificación de su desempeño al frente del gobierno. Lo digo porque ese desempeño ha causado grandes daños y generado graves peligros para muchos mexicanos, antes esperanzados y hoy desesperados. Y los sigue causando, entre sonrisas e improperios. Todo hace suponer que vendrán nuevos males y que el país enfrentará peligros que finalmente gravitarán sobre el pueblo de México, no sólo sobre usted. De ahí el título y el sentido de esta nota, en la que invoco salud para bien de usted y rectificación para bien de México.
En el catálogo de males que nos ha causado —con pasión y resentimiento, sin razón y sin derecho— figuran estragos a la economía, a la salud, a la ciencia, a la cultura; cancelación o dispendio de expectativas que pudieron beneficiar a México y que su gobierno ha ahuyentado o reducido; afectación de instituciones que sirven a la República en la forja de nuestra inmadura democracia; alianzas morales (¿morales?) con ideas o regímenes foráneos que militan contra la libertad de sus ciudadanos. Y así sucesivamente, en un etcétera que no concluirá en el futuro cercano.
Agreguemos el maltrato a los otros poderes de la Unión cada vez que difieren de sus ideas o de sus caprichos. En el Legislativo campea la tiranía de la mayoría, apenas contenida por el comportamiento de legisladores demócratas. El Judicial es destinatario constante de diatribas y presiones con que usted, Presidente, lo ofende a mansalva. Esto ha ocurrido desde el primer acto de resistencia legítima del Poder Judicial mediante actos emitidos en juicios de amparo contra la voluntad omnímoda del Ejecutivo.
Usted ha lanzado una campaña enconada y febril contra la Suprema Corte de Justicia, y específicamente —aunque no exclusivamente— contra la ministra que hoy ejerce, con gran calidad y dignidad, la presidencia del más alto tribunal. En este curso, ofendió a muchos ministros por sostener con lucidez y valentía la defensa de la Constitución. Sus denuestos entrañaron graves cargos: corrupción y traición. Preguntémonos en qué podría consistir esa supuesta traición: ¿traición a la Constitución por cumplirla, o entereza al condenar con valentía una ley notoriamente inconstitucional, propiciada y defendida por usted a trompa y talega? ¿Cómo concibe la lealtad —y a quién- y cómo la traición —y a qué?
La demolición de la independencia judicial, la ofensa personal y directa a sus integrantes (no sólo ministras y ministros, también jueces y magistrados que ejercen con probidad la jurisdicción), la convocatoria implícita a desacatar los mandamientos judiciales, el menosprecio a la Constitución (consumado con leyes que hasta un párvulo rechazaría con vergüenza) minan las bases políticas, jurídicas y éticas de la República. No es posible, Presidente, (o mejor dicho, es indeseable, aunque sea evidentemente posible, como lo ha sido), socavar al país. Nos daña y expone a graves peligros.
Por otra parte, ya es tiempo (siempre lo fue, pero ahora lo es más todavía) de que los ciudadanos abandonen el silencio y eleven la voz para identificar los agravios y detener los desvíos, a fuerza de palabras irrefutables y sufragios irresistibles. Reitero: buena salud para usted y pronta rectificación para salud de la nación.