Sí, el título de este artículo es el mismo de una obra famosa cuyo autor se preguntó por la forma de enfrentar la adversidad política. En nuestro tiempo y en nuestra circunstancia, muy distantes de los de entonces, nos hacemos la misma pregunta. Surge en los coloquios de amigos y colegas, en la sobremesa familiar, en las aulas y los centros de trabajo, en las páginas de los periódicos, en las exigencias que afloran con vehemencia. Su fuente se halla en la preocupación y la desesperanza, que cunden. Reclama una respuesta pronta y certera.
¿Qué hacer hoy y aquí, en México, en el tránsito entre 2020 y 2021? ¿Qué hacer frente a la amenaza de un futuro que podría extremar —si nos cruzamos de brazos— el abismo en el que hemos caído? ¿Qué hacer cuando se halla en el aire la moneda que definirá nuestra suerte: democracia o autoritarismo? ¿Qué hacer para detener el alud que rueda montaña abajo, llevando consigo nuestras libertades y nuestras esperanzas?
Escuchamos intentos de respuesta, fruto de la ansiedad, la frustración o la ira. Cada vez son más los compatriotas que reflexionan sobre las vías para remontar los enormes problemas que nos oprimen, los errores multiplicados, la arrogancia del poderoso, los extravíos de la autoridad, la mengua del Estado de Derecho. Se multiplican las voces que solicitan frenos y contrapesos para impedir la concentración del poder, que avanza sin recato ni control. Es preciso, dice el clamor, recuperar la razón y restablecer el imperio del derecho.
De acuerdo, hagamos lo que debemos hacer. Hagámoslo por el camino de la ley, garantía de nuestros derechos y libertades. Alumbra en el horizonte una oportunidad dorada: los comicios de 2021, hacia los que se dirigen muchas miradas. Esos comicios no relevarán al poder imperial, con aprestos de dictadura, pero podrán fijarle fronteras y atemperar la irracionalidad con la razón y el arbitrio con la ley. El pueblo llegará nuevamente a las urnas —con la experiencia de estos años perdidos, el dolor de la desilusión— y en ellas se podrá fijar el rumbo de la nave, extraviado en una errática travesía.
Falta menos de un año para que decidamos nuestro destino en elecciones federales y locales. El tiempo corre de prisa y todavía no hemos establecido, mediante un gran acuerdo nacional, la forma de encauzar la travesía y desembarcar en 2021 con nuevas decisiones políticas. Cada día cuenta en este calendario hacia la cordura y la legalidad. ¿Qué hacer en ese tiempo angustiosamente breve, que el aparato del poder procura copar con atracciones, distracciones, advertencias, amagos, presiones tendientes a extraviar nuestra decisión y subyugar nuestro futuro?
A mi juicio, habría que aprovechar las pocas horas de las que todavía disponemos en un quehacer colectivo que requiere entusiasmo y diligencia, reflexión y solidaridad. Además, por supuesto, honestidad y generosidad. Me refiero al quehacer político, entraña de esta sociedad, la civitas mexicana que debe ser reconstruida. En esta primera nota he mencionado una convicción generalizada —que es dura experiencia— y aludido a la necesidad apremiante de cambiar el rumbo y el estilo. Reconozcamos la situación que prevalece, tengamos conciencia del malestar que se propaga, advirtamos la necesidad de replantear nuestra vida política —y social— y busquemos una respuesta a la pregunta que puebla nuestro insomnio: ¿qué hacer? En la siguiente nota recogeré algunas sugerencias que formulan muchos compatriotas.