Al calor del proceso electoral se han formulado planes que interesan al futuro de México y que permiten enfilar nuestras fuerzas más allá del discurso de los candidatos que recorren la República. Éstos oyen los clamores del pueblo, intensos y justificados, y adelantan promesas que los ciudadanos escuchamos con una mezcla de ilusión y escepticismo. Sea lo que fuere, es necesario contar con documentos que pongan a la vista los errores que hemos cultivado en los últimos años y la necesidad apremiante de modificar el rumbo e iluminar el futuro. El proceso electoral sirve a este propósito.

En un artículo anterior publicado con la hospitalidad editorial de EL UNIVERSAL me ocupé de la obsesión que tenemos por hallar caudillos (¿hoy diremos caudillas o caudilles?) y ofrecer a la nación planes y programas que conduzcan nuestros pasos. De diversas fuentes provienen las propuestas, que no han sido bien conocidas por los ciudadanos ni han suscitado la deliberación intensa que merecen. Conviene insistir. Los males y los bienes de la nación requieren planteamientos generales y particulares, a sabiendas de que éstos son apenas capítulos o vertientes de aquéllos y de que debemos internarnos en los proyectos de más profunda entidad y largo alcance.

No bastaría con aliviar y corregir ciertos aspectos de nuestros males si el esfuerzo de alivio y corrección no se inscribe en el reconocimiento del conjunto, la forma en que operan sus piezas y las particularidades de cada una en el juego —el mal juego— de ese conjunto. En mi artículo precedente aludí a las promesas en materia de seguridad y reiteré la convicción —alimentada por hechos abrumadores— de que este problema no ha recibido, ni remotamente, la atención que merece. Por el contrario, violencia y crimen han crecido espectacularmente, a despecho de las “buenas intenciones” desde el inicio del mandato que está a punto con concluir. Aquí tenemos uno de los ejemplos más evidentes del fracaso de una política (¿podemos llamarla así?) carente de fundamento, de medios, de instrumentos y objetivos.

Entre los documentos más interesantes que tenemos a la vista se halla el denominado “Propuestas para los próximos años”, formulado por un grupo de especialistas universitarios (la UNAM, una vez más), que cubre un amplio espacio de nuestras dolencias y propone remedios que pudieran contribuir a remediarlas. Los autores de este documento mencionan que se trata de “una prolongación del libro “Por una democracia progresista; debatir el presente para un mejor futuro”, del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. En el acervo de las propuestas, que no pretendo referir ahora, figuran naturalmente las concernientes al mayor problema que confronta la República (no lo dicen así los autores, pero muchos ciudadanos lo padecemos así): seguridad y paz, condiciones de vida individual y colectiva, garantía de nuestros pasos y de nuestro porvenir, lastimados hasta extremos inauditos en el curso de estos años.

En el examen que hace el grupo universitario sobre este asunto crucial de la vida de los mexicanos, se afirma con certeza que “para contener la epidemia de violencia e inseguridad que se registra en amplias zonas del país desde 2008 es necesario impulsar el fortalecimiento institucional del sector y diseñar estrategias eficaces a delitos de amplio impacto”. El mismo documento, al que me remito, menciona los capítulos de la inseguridad que nos oprime y plantea medidas urgentes para corregirla. Es obvio que el gobierno no ha hecho lo que debe hacer en este ámbito y que la nación está profundamente dolida e insatisfecha. En otros textos volveré sobre esta materia: claro asunto de vida o muerte.

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