El presidente de México acuñó una palabra que provocó debates. La palabra fue “pausa”. La utilizó, quizás sin meditar antes de espetarla, para proponer un nuevo trato con España y los españoles. Así desahogó su xenofobia y causó desencuentros que quizás lastimaron a los destinatarios de ese encono, pero también lesionaron el interés de México. Pero eso no pareció importarle ni es el tema de mi artículo. Lo que quiero es aprovechar el exabrupto y formular una petición en bien de los mexicanos.

Le solicito, Presidente, que nos obsequie una pausa para recuperarnos de las dolencias que padecemos, o al menos mitigarlas mientras dure aquélla. A usted también le servirá para reponerse de la fatiga que ocasiona el ejercicio desbocado del poder y meditar nuevas expresiones para las matinées que acostumbra.

Como usted ya sabe, sobre todo después del empleo de la palabra de marras, pausa no es un término usual en las relaciones internacionales. Probablemente consultó el diccionario, una vez consumada su propuesta, para hallar el significado de esa expresión inusitada. Dice la Real Academia (pendiente de recibir sus arremetidas, Presidente, por ser Real y ser Academia) que pausa es “interrupción del movimiento, acción o ejercicio”, o “tardanza, lentitud”, o bien, “silencio de duración variable”. Aplico estas acepciones a mi respetuosa solicitud de que obsequie a sus compatriotas una pausa —¡por favor!—, además de la que impondrá a los españoles (si éstos lo aceptan).

Por favor, Presidente, abramos una pausa en la violencia que se ha apoderado de la República y cobrado infinidad de víctimas. Esa pausa permitiría que su gobierno modere la impunidad y enfrente con eficacia la ola criminal que nos agobia. También podríamos abrir una pausa en la convocatoria al odio que usted formula desde hace tres años y que supongo conservará, si no hay pausa, en el tiempo que resta a su mandato. Entiendo que éste continuará gracias a la ratificación que impulsa bajo el membrete de revocación de mandato. Imponga una pausa a la propaganda sobre la revocación (es decir, ratificación) que hacen los funcionarios que lo secundan. Y también aplique una pausa a las emociones de quienes le llaman —¡válgame Dios— encarnación de la Patria, que no merece encarnar de esta manera tan accidentada.

Por favor, Presidente, abramos una pausa en la violación sistemática de la Constitución y en su con tienda contra los medios de comunicación y los aspiracionistas y conservadores que integran las clases medias. Necesitan un armisticio que modere las injurias que reciben en cascada. Nos hará bien tener un respiro (ojalá de mucho tiempo, o por lo menos de algunos días o algunas horas) en su aversión a los periodistas, empecinados en cumplir su misión, que por ello han pagado un altísimo precio. Los miembros de este gremio comienzan a reclamarlo, entre amedrentados y coléricos. Y la nación aplaude, solidaria.

Con la pausa llegará el cese de hostilidades (aunque sólo dure lo que un suspiro) contra los empresarios, los tribunales independientes, los hombres de ciencia y los órganos constitucionales autónomos, todos inscritos, por acuerdo suyo, en la nómina de sus adversarios. A su furor institucida contra el INE, se agrega el que hoy endereza contra el INAI, que cometió el pecado de rechazar exigencias autoritarias.

La pausa podría servir para otros fines deseables, que México pide a gritos. Pero basta con los mencionados. ¡Por favor, presidente, haga una pausa para bien de los mexicanos! En ese receso aplicaría la ley, ejercería la cordura y pondría las pasiones en reposo.

Profesor emérito de la UNAM