Por salud y buen gusto conviene dirigir la mirada hacia otros horizontes. No sólo hablo de la salud de cada ciudadano, en su cuerpo y en su ánimo, sino de la exigente salud de la República. Y aludo a las palabras que se distancian del discurso rupestre que nos aturde desde la más alta tribuna, elegida para propalar la ira y la discordia.

Veamos y oigamos en otra dirección. Hay lugar y necesidad para mirar hacia espacios diferentes, donde se cultiva el pensamiento, se fomenta la libertad y se concilia la ciencia con la experiencia. Tenemos centros de esta naturaleza que “oran y laboran” a despecho de la tormenta. Entre ellos, los institutos que cultivan la investigación y las aulas donde se forma a las nuevas generaciones. La austeridad republicana se ha abatido sobre esos centros y sus laboriosos actores, pero no han cesado los afanes de la ciencia y la cultura en México.

Abordo este tema a propósito de una celebración memorable de la Universidad Nacional Autónoma de México con motivo del otorgamiento del doctorado honoris causa a eminentes científicos y artistas. Nuestra UNAM sigue siendo, contra viento y marea, un baluarte de la libertad y el progreso. Lo probó de nuevo. De cuando en cuando (cada vez con más virulencia) recibe las arremetidas de quienes ambicionan asaltar esa casa, como lo han pretendido por muchos años. Pero la Universidad resiste. Deberá hacerlo con firmeza en el futuro cercano, obligada por acontecimientos que pudieran marcar su destino.

Vuelvo a la ceremonia universitaria. En el Palacio de Minería se invistió con el doctorado honoris causa a notables mexicanos y no mexicanos (me resisto a decir extranjeros: no lo son para la patria de la ciencia y el arte), con logros del más alto rango. En este grupo había mujeres y hombres (como es natural, en verdad y en justicia), cultivadores de las más diversas disciplinas: desde la biología cerebral y molecular hasta la cinematografía, desde los estudios de género hasta la regulación económica, desde la literatura medieval hasta la historia de México, desde el diseño hasta la toxicología. Entre los laureados figuraron varios compatriotas. Todos merecen homenaje: lo hago en la persona de un ilustre amigo, el doctor Javier Garciadiego Dantán.

Fue emotivo el elogio que hizo a nuestra UNAM, en nombre de los doctorados, el Rector de la Universidad de Salamanca, emparentada con la mexicana desde que apareció la Real y Pontificia en el siglo XVI y surgió la Nacional de México en el siglo XX. Ese Rector, el jurista Ricardo Rivero Ortega, se refirió al papel insigne que cumple la UNAM en la vida de México. En su discurso hubo vivas a nuestro país y a su Universidad Nacional. Y no excluyó la invocación que los unamitas acostumbramos: “Goya”, clamor de vida y batalla.

Destaquemos la defensa que se hizo, sin salvedad, de la libertad de pensamiento, de crítica, de elección que se aloja y cultiva en las verdaderas Universidades. Todo ello a despecho de la intolerancia, el rencor, el autoritarismo, la discordia que habita en otros espacios de la vida pública. En México conocemos bien —y padecemos— esas corrientes sofocantes. De ahí que la exaltación de las libertades universitarias sirva como estímulo para la justicia y el progreso. En la celebración de la UNAM pudimos mirar, por un momento, hacia otros horizontes y escuchar otras palabras, que hacen falta en la gran tribuna de México. Fueron horas de alivio.

Profesor emérito de la UNAM

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