En febrero de 2020, la Revista “Siempre” publicó mi artículo “La Universidad: cuarta llamada”. En él describí las “llamadas” al escenario que el caudillo hacía a la Universidad Nacional Autónoma de México. El objetivo de esas llamadas era la declinación de la autonomía y la captura de la Universidad, convertida en herramienta del poder público y agencia del pensamiento único. He aquí la vieja contienda que se elevó en el debate entre Antonio Caso, maestro de la libertad, y Vicente Lombardo Toledano, heraldo del ideario oficial, hace cerca de un siglo.
Esas llamadas se han repetido en los últimos años. “Curiosamente”, quien toca la campana para uncir a los feligreses es un antiguo universitario que debiera amar a la institución que califica como su “alma mater”. Digo que debiera amarla, considerando el número de años que invirtió en ella hasta que pudo emerger con un título profesional en la mano. Hoy se presenta con otro título, conferido por la nación en las inolvidables elecciones de 2018. Y con este título arremete.
En la primavera del 2019, la primera llamada, muy alarmante, fue el intento de retirar del artículo 3º constitucional el texto sobre autonomía, que ha sido santo y seña, escudo y espada de la Universidad: oxígeno que respiramos. Hubo resistencia. El texto permaneció. Una segunda llamada llegó con un proyecto de presupuesto que tampoco prosperó: “recorte” de los recursos destinados a instituciones de educación superior, entre ellas la UNAM. La tercera llamada se produjo cuando un ocurrente diputado de la mayoría gobernante (es un decir) presentó un proyecto de reformas a la Ley Orgánica de la UNAM, que sus detractores no han logrado demoler, pese a los golpes asestados contra la Universidad (no sólo contra la ley).
Los embates no concluyeron. El jefe del Estado, constituido en caudillo de facción, se ha lanzado explícitamente contra la Universidad, atribuyéndole subordinaciones e intenciones que sólo pueblan la cabeza de quien las invoca. El detractor y sus allegados no la reconocen como el mayor proyecto cultural de México en el siglo XX; por el contrario, la culpan de hallarse al servicio de intereses reaccionarios, de lesa patria. Frente a esos cargos, siempre hubo, hay y habrá respuesta desde las filas de la historia, de la realidad y de la propia Universidad. Pero preocupan las embestidas, carentes de razón, pero dotadas de destino.
En fecha reciente, otro legislador sometió a su Cámara una iniciativa para reformar la legislación orgánica universitaria. En concepto del proyectista se trataría de rescatar lo que él entiende como el imperio de la democracia en las decisiones internas de la Universidad. Las sugerencias del promotor de este imperio —que no sería de la democracia— se han probado en diversas instituciones. Los resultados han sido catastróficos.
Los universitarios no podemos ignorar estas acechanzas del caudillo y sus secuaces de ayer y de ahora. Pretenden un cuantioso botín: la Universidad y México mismo. Pronto se planteará una coyuntura para ir a fondo en el asedio que nos imponen los partidarios de la Universidad sumisa y el pensamiento único: el proceso de elección de Rector. Es necesario mirar con perspicacia, reflexionar con lucidez, actuar con energía en defensa de la Universidad. Sus adversarios históricos y actuales la han rodeado con baterías prontas a disparar, someter y destruir. Resistamos y venzamos.
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