Muchas batallas se libran en diversos escenarios. En unos, lejanos, la contienda cobra vidas; en otros, los nuestros, engendra distancias que no se cerrarán fácilmente. Nos hemos acostumbrado a estos conflictos, que se alientan desde la cumbre del poder político. Estos lances llegaron al Congreso, donde se diseña el rumbo de la República. Esta vez la confrontación culminó en la derrota del capricho y la victoria de la razón. Empero, generó ira y desató a los demonios que acechan.

Celebro el resultado del proceso legislativo sobre un tema vital para México: la industria eléctrica. Aplaudo la solidaridad que mostraron los integrantes de la alianza que libró una batalla por México. Y deploro los incidentes que abrieron heridas muy hondas, sin razón y sin justicia. Lamento, por ejemplo —un ejemplo manido, constante—, las injurias lanzadas contra quienes sostuvieron puntos de vista contrarios a la iniciativa desechada. Con todo, el resultado fue favorable para México y mostró que el ímpetu tiránico puede ser contenido y derrotado. Esta vez lo ha sido.

Al igual que muchos mexicanos miré con cierto escepticismo la posibilidad de armar una concertación antidictatorial reuniendo fuerzas dispersas y frecuentemente encontradas. Pero también milité con quienes afirmaron las virtudes de esa concertación, el fortalecimiento que traería a nuestra democracia y la racionalidad que aportaría a la vida de México. Para formalizar la alianza hacía falta cobrar conciencia de los daños que enfrentaríamos si no acertábamos a sustituir antiguas diferencias por actuales coincidencias, rescatando el rumbo de la democracia y recuperando el valor de la libertad, hoy comprometida.

Afortunadamente hubo esa conciencia y se formó la alianza. Quienes la hicieron posible trabajaron para el bien de México. Lograron superar viejos resentimientos en aras de un sentimiento nuevo, que nos hacía falta: sentimiento patriótico que detenga la marea autoritaria y frene el despotismo y la irracionalidad que nos agobian. La alianza debe perdurar contra viento y marea, incorporando a la sociedad civil. Será factor en el restablecimiento de la democracia.

Por supuesto, cada quien conserva sus banderas, como es propio de una sociedad democrática. Y cada quien reconoce la posibilidad de recuperar en el futuro territorios naturales y respetables. Pero todos supieron mover las piedras que la historia sembró en el camino del pasado e iniciar el camino del futuro. Los enemigos del progreso, de la razón, de la legalidad, del porvenir, ofendieron a esos aliados imputándoles gravísimos cargos. Ni los repetiré ni diré —para no enrarecer más el ambiente— quiénes los merecen de veras.

En este episodio republicano los vencedores hicieron gala de una cualidad que se necesita para preservar a México de los males que está padeciendo y de los que enfrentará en el futuro inmediato: entereza. Con ésta se ha librado y ganado una batalla necesaria. Ha devuelto el ánimo a millones de mexicanos y se ha demostrado que la cordura puede abrirse paso donde la irracionalidad campea.

Sin embargo, ya se nubla el horizonte con signos ominosos. Por una parte, la facción autoritaria promueve una respuesta a su derrota e invita a ejercer lo que ella misma califica como “venganza”. Con discurso de odio, se propone sembrar la ira entre los ciudadanos. ¡Vaya labor de estos patrocinadores de la violencia! Por otra parte, anuncia nuevas iniciativas para doblar la voluntad y contrariar la razón de millones de ciudadanos. Tendremos que enfrentar estas amenazas con la misma entereza de los últimos días, puesta al servicio del patriotismo. Sirvió ayer. Servirá mañana.

Profesor emérito de la UNAM