Hace unos días contemplamos un insólito lance. Frente a frente, un periodista y el Presidente de la República se “dijeron de cosas”, cada uno desde su tribuna natural. El escenario fue la mañanera, matinée de rutina, foro del discurso rupestre, donde el primer mandatario declina este título y se convierte en vocero de noticias y difusor de opiniones rara vez sustentadas con datos “duros”, de esos que los científicos exaltan por irrefutables. Ahí se manejan “otros datos” (¿cuáles?), de los que ha hecho gala el orador de Palacio.

El periodista Jorge Ramos señaló que el Presidente, instalado en la “burbuja” de Palacio, ignora la pavorosa situación que guarda la seguridad pública, nuestro pesar más persistente. Este periodista es el mismo que irritó al benemérito Donald Trump cuando le planteó cuestiones que éste no pudo afrontar. Poseído de su autoridad, Trump ordenó la expulsión del audaz, pero quedaron en el aire las preguntas sin respuesta y los problemas sin solución. Algo semejante ocurrió en el lance entre el presidente de México y Jorge Ramos, que dijo al mandatario lo que millones de mexicanos queremos plantear al gobierno de la República.

El periodista no es un actor político en el sentido que regularmente damos a esta palabra, aunque sí lo sea en una acepción más amplia y legítima. Lo es, porque identifica situaciones, recoge pareceres e inquiere a las fuentes que deben responder. Existe un derecho a la verdad del que somos titulares todos los ciudadanos. La sociedad tiene derecho a conocer la verdad sobre los temas que le atañen, y la seguridad pública es uno de ellos, entre los más destacados y angustiosos. Y frente a ese derecho a conocer la verdad, existe un deber de decirla por parte de quienes poseen información que interesa al pueblo, o deben poseerla en función de los cargos que ostentan. El periodista opera como intermediario entre el poseedor y los reclamantes de información.

En el lance de Palacio, el periodista cuestionó al presidente, en medio del estupor de los circunstantes y de quienes observaban a través de los medios de comunicación masiva que transmiten las matinées. Una y otra vez el Presidente respondió con expresiones manidas, lugares comunes, evasivas que sólo arrojan sombras sobre la pavorosa realidad que nos agobia en materia de seguridad. El periodista expuso hechos notorios, pendientes de respuesta satisfactoria o por lo menos veraz. Y recibió las respuestas de estilo, entre ellas la sobada asignación de culpas al pasado, causante de los males que nos aquejan en el presente y de los que seguramente heredaremos al futuro, si las cosas siguen como van.

Ojalá —es decir, “quiera Dios”— que el gobernante admita su enorme responsabilidad con respecto a la nación que gobierna. Con frecuencia invoca la legitimidad que le confirió la votación de 2018, y con esta invocación ampara la carencia de soluciones en 2021. En muchos ámbitos se muestra esta situación deplorable, que contrasta vivamente con las promesas que determinaron los sufragios de 2018. Por eso es necesario que la prensa libre y crítica —que hace honor a su misión— insista en plantear al gobernante las preguntas difíciles que propone la sociedad, angustiada y desvalida. Ojalá —de nuevo: “quiera Dios”— que tengamos respuestas fidedignas, comprometidas con la verdad y con el pueblo que las demanda.

Profesor emérito de la UNAM

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