Tengo gran afecto por Jalisco, mi tierra, de la que he recibido dones generosos y en la que tengo amigos muy queridos. Y guardo el mayor aprecio y reconocimiento por el Estado de México. Llegué a Toluca cuando era gobernador un político de primer nivel: Juan Fernández Albarrán, que impulsó el desarrollo de esa entidad y favoreció el mío. De todo ello proviene mi interés, nunca disminuido, por el Estado de México.

Sigo con mirada muy atenta lo que ocurre en el Estado de México. Ahora se resuelve ahí un dato sobresaliente en la marcha del país. No conozco personalmente, ni por una palabra ni por un saludo, a las candidatas a la gubernatura, aunque he podido advertir la marcha en la que están empeñadas, sus antecedentes, sus tareas, sus propuestas, su “vida y milagros”. Celebro que se trate de dos mujeres, signo de nuestro desenvolvimiento político y ético.

A estas alturas, mi mirada no puede ser imparcial, porque en el horizonte inmediato se han multiplicado los hechos que cultivan mi preferencia y mi esperanza. Veo, por ejemplo, la obra desarrollada por cada una en los encargos a los que han servido, advierto el prestigio que han logrado —una de ellas, con absoluta limpieza; la otra, con sombras en el camino—; percibo el ímpetu con el que cubren la etapa que les compete, que permite suponer el talento con el que satisfarán la que pudiera corresponderles cuando lo resuelvan sus conciudadanos en el inminente mes de junio.

Es importante —o más que eso: absolutamente indispensable— que acudan a las urnas millones de electores. Lo es que sufraguen después de haber reflexionado con ponderación sobre el destino del Estado de México, y a través de éste, sobre el futuro de la República. Creo que ese voto debiera ser producto de una madura meditación, más allá de opciones y colores partidistas, aunque no es hazaña menor que la candidata más joven haya podido reunir las voluntades de partidos que permanecieron enfrentados y que ahora se unen para dar a México y a los mexiquenses un gobierno de coalición, que tanto necesitamos y que nos haría un gran bien en esta etapa de la vida política del país.

La valiente candidata que aspira a encabezar un gobierno de coalición ofrece unir a sus conciudadanos en un esfuerzo común que a todos beneficie, sin exclusiones. Jamás ha destruido proyectos o frustrado esperanzas de las mujeres y los hombres que ahora podrían llevarla al Palacio de Gobierno. En su hoja de vida no abundan las frustraciones, sino los buenos resultados.

La competidora cuenta con el apoyo desbordante de la estructura del poder federal, volcada en su beneficio. Muchos funcionarios (hasta los más encumbrados) se han convertido en propagandistas. No es el caso de la joven candidata, que ha ganado a pulso cada una de las voluntades con las que hoy cuenta. Se dice que la dejaron sola. Tal vez, en cierto sentido, pero ella ha sabido remontar la soledad y atraer a sus coterráneos. Son éstos los que habrán de votar. Por lo tanto, ya no está sola: viaja en compañía de millares de electores que reflexionarán y sufragarán para bien de México y de los mexiquenses.

Alejandra: le deseo el mayor éxito, éxito que será para los mexiquenses. No tengo credencial que me permita votar en estos comicios. Por lo tanto sólo aporto gran aprecio y “buenas vibraciones”. ¡Suerte! La merece.

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