Hemos tenido dos años terribles. Se multiplicaron los problemas, las enfermedades y los decesos. Éstos diezmaron las filas de los viejos. Entre los hombres de generaciones mayores, las pérdidas han sido tan numerosas como dolorosas. En estas páginas me he referido a algunas. Ahora agrego otra, que deploro hondamente: la muerte —pero no la ausencia— de Luis Echeverría, quien fuera presidente de México. Uno entre los más poderosos, titular de una “presidencia imperial”, como se ha dicho. Llegó a la cúspide y bajó al abismo en la rueda de la fortuna.

La decadencia humana y política de quienes fueran “señores presidentes” ha ocurrido con frecuencia. La gloria cede, los partidarios vuelan, los jilgueros callan, los debates arrecian. Ha ocurrido en relación con Echeverría. Seguirá. Hay opiniones encontradas. Las respeto, favorables o no, porque se emiten en ejercicio de un derecho. Pero yo cultivo la mía. No se ha desvanecido ni se desvanecerá en el tiempo que llega. Lamento la muerte de don Luis. Lo digo con gran aprecio y afecto, y algo más: con gratitud profunda.

En mi distante juventud recibí una llamada telefónica en la pequeña oficina que ocupaba en la Delegación de Prevención Social en la Penitenciaría de Santa Marta. “Le busca la señorita Lavalle Urbina”, mi jefa en aquel tiempo. “A sus órdenes, doña María”. Sin preámbulo, me dijo: “Estoy en acuerdo con el señor subsecretario Echeverría. Lo comunico con él”. Conmoción de mi parte, por supuesto. ¡El Subsecretario de Gobernación al teléfono! Indicó: “Lo invito a viajar a la Colonia Penal de Islas Marías. Saldremos mañana, a las 7 en punto”. Y salimos.

Así conocí a Luis Echeverría, Subsecretario encargado del área de prevención y readaptación social. Lo volví a ver cuando emprendió su campaña hacia la Presidencia de la República. Había júbilo, discursos, visitas, música, comitivas numerosas en la Secretaría de Gobernación y en sus alrededores. Los partidarios y aspirantes abundaban. Más tarde me pidió que trabajara en su casa de San Jerónimo. Participé en proyectos y programas. Llegado el 30 de noviembre de 1970, se hizo público mi nombramiento como miembro del gabinete presidencial. Aparezco en una fotografía en el balcón central de Palacio Nacional, el 1º de diciembre, al lado de otros altos funcionarios (así se les decía). Hoy todos han fallecido. Yo sobrevivo.

En esas jornadas de San Jerónimo y en muchas más que vendrían, con infatigable trabajo, prolongados desvelos, conducción rigurosa, se preparó la aparición de nuevas instituciones —Echeverría fue un creador de instituciones—, y la adopción de medidas importantes. Varias se mantienen en vigor, con firmeza y trascendencia.

Mencionemos: Conacyt, Infonavit, UAM, Tecnológicos, IMCE, Can Cún, estatuto constitucional y legal de las mujeres, política de población, los estados de Baja California Sur y Quintana Roo, Lázaro Cárdenas-Las Truchas, carretera transpeninsular de Baja California, nuevas Delegaciones y Tribunal de lo Contencioso Administrativo del Distrito Federal, reforma penitenciaria, supresión de Lecumberri, Instituto Nacional de Ciencias Penales (INACIPE), tribunales familiares, Procuraduría del Consumidor, etcétera, etcétera. Y en otro escenario, establecimiento de relaciones con la República Popular de China y Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados. Los críticos de Echeverría esgrimen otras referencias. No las discuto ahora. Las dejo a salvo y doy la mía, que figura entre los haberes de un sexenio.

No pasará mucho tiempo sin que me reencuentre con don Luis, donde sea que ocurran esos reencuentros. Cuando le pregunte qué camino sugiere, probablemente me dirá, reiterando una expresión tomada del Fausto de Goethe: “Arriba y adelante, licenciado”.

Profesor emérito de la UNAM
 

para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, planes para el fin de semana, Qatar 2022 y muchas opciones más.

Google News

TEMAS RELACIONADOS