Al INAI, a su Presidenta y al Tribunal que hizo justicia
Enfrentamos una prueba de cordura, legalidad y probidad republicana. Y más: de legitimidad que nos permita vivir en paz durante el tiempo que viene. Dura prueba que compromete a la nación que somos y a la república que pretendemos. Es la mayor de nuestra historia reciente. Antes deberemos entender (¿lo estamos haciendo?) qué es lo que se halla en juego y cual es el destino que nos aguarda, del que seremos constructores, y en seguida beneficiarios o víctimas.
Nos aprestamos a ejercer la democracia. Veamos. Hay por lo menos dos versiones de ésta, que constan en nuestras “sagradas escrituras”. Una, la formal: derechos políticos, partidos, candidatos, urnas, cómputos, decisiones finales. Otra, la que proclama el artículo 3º de nuestra Constitución: “sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”; fórmula magnífica, que data de 1946 (aportada por Lombardo Toledano y Torres Bodet, que lo refiere en sus memorias). Es la democracia integral: punto de llegada de las decisiones fundamentales de la nación mexicana. Para alcanzarla, debemos ejercer aquélla, camino legítimo para impulsar ésta.
Ahora quiero ocuparme de la democracia formal, sin adjetivos; democracia política que se manifiesta en el establecimiento y la gestión de los partidos, la selección y la actuación de los candidatos, los sufragios en las urnas, el ejercicio de un poder legal y legítimo asumido por determinación de la mayoría, sin eliminación de las minorías. Una y otras tienen lugar determinante en la verdadera democracia. En esta dimensión de la democracia -que se halla en juego y se resolverá en las próximas elecciones-, la mayoría decide y las minorías concurren en la conducción del Estado y pueden convertirse, andando el camino, en mayoría gobernante. Pero todos respetan los derechos y las garantías de los ciudadanos: condición de vida.
En este proceso, que debe superar los errores del pasado (no mayores que los del presente), se han internado millones de mexicanos. En el camino deben arrojar al abismo -el más profundo- las tentaciones autoritarias del gobernante en turno, que ha manifestado su vocación dictatorial, y acoger las mejores propuestas (cimentadas en la conducta, no sólo en el discurso) de los precandidatos (o como se les llame), para evitar fracturas a este pueblo fragmentado desde la cumbre del poder y necesitado de concordia, libertad, justicia y progreso. No los hemos tenido en los últimos años, colmados de falacias, fracasos y desaciertos. Debemos conquistarlos en la etapa que hoy recorremos.
Para que esto ocurra, como queremos (muchos, no todos), es preciso que el paso y el rumbo, el discurso y las ofertas, los acuerdos y los progresos vayan de la mano de ciudadanos demócratas. Las democracias se construyen a partir de las ideas y las acciones de los demócratas y a pesar de quienes militan abiertamente contra la democracia o se presentan como demócratas sin serlo. Éstos deben ser derrotados en las conciencias, en los debates y en los comicios.
Los precandidatos (o como se les llame) están tomando posiciones. Espero, con discreta pero firme esperanza, que todos concurran a la reconstrucción de nuestra democracia, agraviada desde la cima del poder público. Es indispensable que así sea en el Frente Amplio por México, que apunta hacia un gobierno de coalición, absolutamente indispensable, respetuoso de la pluralidad y celoso de las libertades. También espero que la misma voluntad democrática (o patriótica) anide en el otro frente, pese a quien pretende imponer una sucesión que garantice la continuidad de su imperio.