El título de este artículo corresponde a la declaración difundida el 27 de julio por el colectivo “Unidos por la salud de los mexicanos”. Este grupo, que me permite acompañarle en sus filas, reúne a médicos —entre otros profesionales— que asocian sus reflexiones y elevan sus voces para analizar los graves problemas del país, especialmente en el sector de la salud. Así ha ocurrido ahora, con el acompañamiento de cincuenta y cuatro federaciones, asociaciones y colegios médicos. Nada menos.

He aquí una expresión enfática y bien sustentada de quienes dedican su vida al cuidado de la salud de sus compatriotas. Ante los oídos sordos de un gobierno que no escucha a los ciudadanos, proclaman que “Con la salud no se juega”. Como tampoco se debe jugar, agreguemos, con otros temas primordiales cuya desatención nos ofende y lastima: economía, seguridad, educación, sólo por ejemplo.

Los suscriptores de aquel documento hacen notar, con datos “duros” y razones poderosas, que el sector salud del país, maltratado, sujeto a presiones y restricciones presupuestales (miseria franciscana a costa del pueblo), ha transitado un camino deplorable a lo largo de estos años. En cada estación aparecen resultados lamentables, que la sociedad mexicana deplora y que los autores del documento exponen abiertamente.

En las horas iniciales de esta marcha errónea se mermó la capacidad real de muchas instituciones del sector salud. Desapareció el Seguro Popular y surgió en su lugar un organismo o mecanismo denominado Instituto Nacional para la Salud y el Bienestar (INSABI), que no introdujo mejoras efectivas en el ámbito de su competencia. Al cabo, se le está relevando por otra criatura de una transformación accidentada que responde al nombre de IMSS-Bienestar, cuyo destino es incierto.

Desvalidos y divididos debimos afrontar una pandemia: nos atrapó el Covid-19 en plena batahola. Cundieron los contagios y las defunciones, a despecho de los pronósticos alegres que difundieron los voceros oficiales. Las víctimas de la pandemia, muy numerosas dondequiera, se multiplicaron en las filas de los servidores de la salud. Esta multiplicación rebasa las peores cifras de otros países.

Lejos de abrir el tema al gran debate, que permitiera ventilar razones y decisiones, el gobierno desvió la mirada y cerró los oídos ignorando razonamientos oportunamente expresados por exsecretarios de Salud, que urgieron a revisar la marcha y rectificar los pasos. No hubo diálogo. Prevaleció la política.

No tiene caso insistir en los números que dan cuenta de esta catástrofe. Figuran en diversas estadísticas —inclusive de fuentes oficiales— y marcan un capítulo muy oscuro en la historia de la salud en México. Todo esto se recoge en el valioso documento al que me referí en líneas precedentes, sustentado en la ciencia y la experiencia de quienes lo suscriben con autoridad científica, profesional y moral.

Para colmo, se han difundido versiones y adoptado decisiones que lastiman a los profesionales de la medicina y menoscaban los esfuerzos de los jóvenes estudiantes y practicantes de esta profesión, sobre los que algunas autoridades volcaron cargos inmerecidos. Últimamente fuimos testigos de la reacción de centenares de jóvenes que protestaron contra quienes no valoran su tarea, ni analizan sus razones ni les protegen del asedio de la delincuencia. Tienen razón los suscriptores de la advertencia “Con la salud no se juega”. Sin embargo, se ha jugado con ella como con otros deberes del Estado. Llegará el tiempo en que los jugadores rindan las cuentas amargas de su conducta. Mientras tanto, padece la salud de los mexicanos.

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Profesor emérito de la UNAM