En nuestra Universidad Nacional Autónoma de México, atenta a los grandes temas de la nación, se reflexiona sobre el Estado y, dentro de éste, acerca del Poder Ejecutivo. Las reflexiones, ajenas a cualquier ánimo faccioso, son frecuentes entre los juristas de la Facultad de Derecho y el Instituto de Investigaciones Jurídicas. Es su deber, personal e institucional. El común denominador es servir al desarrollo del conocimiento, planteando esos grandes temas en un múltiple contexto: nacional e internacional, histórico y actual. Se hace con absoluta libertad, ajena a las tentaciones de pensamiento único, acotado por quienes quisieran doblegar a las instituciones de educación superior, y de paso a la República. Estudiamos la ley y la realidad.

Tocó el turno a un Seminario Internacional sobre “El Estado de Derecho bajo asedio, una mirada de México y la región”. Concurrieron el Instituto de Investigaciones Jurídicas, el Observatorio del Sistema Interamericano de Derechos Humanos y la Fundación Konrad Adenauer (Alemania), con varios participantes de América Latina. La presencia de conferenciantes fue amplia y plural.

En este primer artículo aludiré a algunos extremos generales del examen colectivo sobre el Poder Ejecutivo. En una entrega posterior agregaré otros puntos analizados en torno a la figura característica de ese Poder: el Presidente. Solemos confundir Ejecutivo con Presidente, aunque no sean conceptos idénticos, salvo por ciertas ejecuciones fulminantes que algunos Ejecutivos han impuesto a las libertades y a la democracia.

Existe una elocuente literatura que describe los rasgos dominantes de algunos mandatarios. La relación es larga: La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán; El Señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias; La fiesta del chivo”, de Mario Vargas Llosa; Yo, el Supremo, de Augusto Roa Bastos, y El otoño del Patriarca, de Gabriel García Márquez. ¡Vaya nómina! Así se han documentado, para el mundo entero, los rasgos de algunos señores providenciales (los presidentes, por supuesto, no sus biógrafos o relatores), ocupantes del Poder Ejecutivo.

El Seminario que estoy mencionando se reunió en México, escenario que brinda oportuna hospitalidad —por su historia y su actualidad— a la descripción de los deberes y los haberes de poderosos gobernantes. En las deliberaciones figuraron los achaques que padece la frágil democracia en muchos países, donde hay ira y desencanto, inmadurez de instituciones, cultura de la ilegalidad (fomentada desde la cúpula del poder), caudillismo (plaga que viaja sobre muchas fronteras), concentración de autoridad y quebrantos a las estructuras y funciones de la democracia. El populismo abona a estos achaques.

En la más frecuente subversión del poder —que se traduce en un “desapoderamiento del ciudadano”— tienen un papel de primer orden, radical, decisivo, el genio y la figura del Ejecutivo. Los ha habido demócratas e ilustrados, pero también personajes de otra calaña: exacerbados, apetentes de poder, combatientes contra la libertad y la democracia, a voz en cuello o en sigilo. Por todo eso conviene que tengamos a la vista —con el temor a flor de piel— las reflexiones que se hacen sobre el Ejecutivo y la forma en que éste ejerce su función. Los estudiosos —ciudadanos escarmentados— tienen mucho que decir, precisamente en tierra de Ejecutivos indómitos, que conducen a sus países a golpes de mando y en la frontera del abismo.

La doctrina clásica y las esperanzas de los pueblos postulan un sistema de frenos y contrapesos que nos ponga a salvo de la fuerza desbocada del Ejecutivo (o de otro poder) y garantice (hasta donde sea posible) la vigencia del Estado de Derecho. De esto hablaré en la siguiente entrega.


Profesor emérito de la UNAM

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