En los últimos días se ha tomado control de las calles de Culiacán aterrorizando a las y los ciudadanos, frenando a los niños y niñas que deben ir a la escuela, a la gente que sale a trabajar para poder alimentar a sus hijos, pagar rentas y sobrevivir, las personas adultas deben llegar a los centros médicos y nuestras infancias deben jugar en los parques.

En las últimas décadas hemos visto una descomposición brutal en el tejido social donde la violencia se ha normalizado y las cifras se han vuelto eso, un número más. Ya poco nos impacta la violencia que generan, y no porque es normal, si no porque es nuestra forma de sobrevivir. Sobrevivir con secuelas brutales que como sociedad nos son contraproducentes a todos y todas; incluyendo a ustedes.

En las últimas décadas, se han roto los códigos que sus padres les enseñaron. La “herencia” que sus antecesores, tanto el Mayo como el Chapo, les dejaron era clara: un código de conducta, un respeto no solo por las normas internas, sino también por las vidas inocentes. En esos tiempos, la delincuencia organizada mantenía una especie de orden, en el que, a pesar de la ilegalidad, predominaba una paz social que dejaba fuera del conflicto a niños y mujeres.

Hoy, lamentablemente, estamos muy lejos de esos “principios”. Las consecuencias de haber roto esos códigos han dejado a comunidades enteras sumidas en el miedo y el caos. ¿Qué impacto tiene el hecho de que los niños y niñas no puedan ir a la escuela por temor a que una bala les quite la vida? Estos pequeños, que no son sus hijos o los nuestros, son responsabilidad de todos y de todas. Estos hijos e hijas, que representan el futuro de toda sociedad, han sido forzados a vivir en un entorno donde no solo temen, sino que en muchos casos son cooptados y utilizados en las estructuras delictivas. ¿El uso de niños y de niñas para ser entrenados a matar? ¿Acaso no hay límite alguno ya?

Nos enfrentamos a un escenario donde la delincuencia organizada, que alguna vez tuvo un sentido de control y límites, se ha transformado en un ente aterrador, desprovisto de cualquier tipo de respeto por la vida humana. Los mexicanos viven con miedo, no solo de perder lo que ganan trabajando todos los días, sino de perder lo más valioso: la seguridad de sus hijos.

El uso de menores en actividades delictivas no solo destruye su futuro, sino que contribuye al colapso de cualquier posible convivencia social en el presente. ¿Es sostenible seguir en esta espiral de violencia? Al final, esta violencia no discrimina: mujeres, niños, ancianos y familias completas están atrapados en un ciclo de terror. Nuestras familias, las de ustedes y las de nosotros están viviendo las consecuencias de esta violencia.

El general Jesús Leana ya lo dijo: “Depende de ellos. Ellos son los que quieren hacer las agresiones y son los que están cobrando vidas. Nosotros no, al contrario, estamos acá para evitar que ellos tengan confrontaciones y que haya pérdida de vidas humanas”; refiriéndose a que de ustedes depende que se pueda poner fin a esta violencia en el país. Es necesario recordar los códigos que alguna vez rigieron su actuar. La violencia indiscriminada y el terror no construyen nada duradero, y se vuelve poco rentable incluso para su propio negocio. Como sociedad, debemos encontrar la manera de restaurar el respeto a la vida, y ustedes, los miembros de estas organizaciones ilícitas, hoy juegan un papel fundamental en esto.

No podemos seguir conviviendo bajo estas condiciones. Por ello hago esta invitación a preguntarse ¿y si se tratara de sus propios hijos y de sus propias familias?

Con una reflexión profunda y mucha desesperanza, Saskia Niño de Rivera Cover.

Presidenta de Reinserta