Entré a visitarlo al área médica de la Comunidad de Internamiento en la que cumple una sentencia de cinco años, la máxima para un menor de edad. Del cuello para abajo, con excepción de un brazo, está completamente paralizado. Solo tiene quince años, y ese cuerpo casi inmóvil en su totalidad, es consecuencia de ser el niño designado para matar al presidente municipal de Valle de Chalco, Edomex, hace ya más de un año. Le metieron 5 balazos para silenciarlo.
“Le pedí un aventón al presidente, y aunque me moría de miedo, sabía que era su cabeza o la mía. Me subí al coche con él y su particular y ahí jale el gatillo. Bum. Uno al secretario y otro al Presidente Municipal”, me cuenta.
El fue el gancho fácil. Mataba a la víctima y luego lo mataban a él para silenciarlo. Todo estaba planeado.
Los niños son la carne de cañón de la delincuencia organizada. Tirado en una banqueta con 5 balazos en su cuerpo, juró que se moría lentamente. “Dos balazos en la cabeza, bueno serían tres en la cabeza y uno por acá”, me dice enseñándome la pierna. “Otro por el torso y uno por el cuello, en mi brazo y en la columna también, no tenía a dónde correr”, narra. Alucinando y con miedo a morir, se lo confesó a los médicos de la ambulancia. “Yo soy quien mató al presidente Tinoco”, lloraba. Llevaba un par de semanas escondido en una casa de seguridad. El escondite no fue voluntario. El caso se viralizó y el bienestar de su grupo dependía de su silencio.
Cuando lo detuvieron, no hubo investigación alguna. Se confesó ante el miedo de perder la vida. Quienes lo cuidaban, eran quienes ahora lo querían muerto. La cárcel era su mejor opción.
Su caso es un caso más de los que se han vuelto populares en este país, donde la policía no soluciona un crimen por investigarlo. En este, como en muchos, fue pura suerte. La familia del Presidente Municipal pidió justicia, pero nunca la encontró. La mayoría de los sujetos que ayudaron en este crimen, siguen impunes.
Ser parte de la delincuencia organizada se ha vuelto una aspiración para muchos jóvenes, niños y niñas en nuestro país. Para el crimen organizado ellos y ellas son reemplazables. Están en un estado de su desarrollo donde se adiestran fácil y con tal de pertenecer pueden ser capaces de lo que sea. Pertenecer y tener dinero para sacarlos/las de la pobreza junto con sus familiares, es la única prioridad.
El Inegi reportó que un menor sicario o sicaria dentro de la delincuencia organizada tiene un promedio de vida de tres años.
“No me importa morir joven”, dice la mayoría cuando platicas con ellos y ellas. “Prefiero vivir poco, pero bien, que mucho y jodido; aun a costa de la vida de alguien más”.