“Tienen que sacar a sus hijos e hijas de aquí. Estamos en una pandemia mundial y no sabemos qué tan feo se va a poner. Sus menores no son culpables de que ustedes estén aquí y si se enferman no vamos a poder hacernos responsables. Por favor pidan a algún familiar que venga por ellos”, se escuchó en el dormitorio de maternidad en uno de los penales de mujeres del país.

Era abril del 2020 y la incertidumbre de la pandemia dentro de las cárceles se agudizaba.

Minerva tiene tres hijos, el más grande de seis años y el más chiquito, que vive con ella dentro de prisión, apenas tiene 20 días de nacido. No sabe qué hacer ante la noticia y el miedo por sus dos hijos afuera se incrementa con la distancia y la reclusión.

“¿Qué hago?” me pregunta. “Me voy a tener que cortar la leche. Esta muy chiquito todavía”, dice.

No tengo idea que contestarle. La separación de sus hijos es inevitable.

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Han pasado casi 22 meses desde que cientos de niños y niñas fueran externados de las cárceles del país. Menores que tienen derecho ( Ley de Ejecución Penal ) de quedarse con sus mamás (en caso de nacer mientras la madre está en reclusión) hasta los tres años. 22 meses también donde se prohibió la entrada a cualquier menor de edad, separando por completo a las mujeres y a los hombres de sus hijas e hijos.

En México, son más de 200 mil hombres privados de la libertad; el 70% son padres de menores de edad. Y hay 12 mil 625 mujeres privadas de la libertad en más de 130 prisiones en el país. De ellas, el 83% (Reinserta, 2019) son mamás de menores. Hay, pues, miles de niñas y niños que llevan casi dos años sin poder ver a sus mamás o a papás privados de la libertad.

¿Qué noción de tejido social puede tener un menor que no puede ver a alguno de sus padres porque el sistema se lo impide? ¿No hay medidas más inteligentes que las prohibitivas?

La pandemia es una realidad, pero tenemos que hablar también de otra realidad: las consecuencias sociales derivadas de ella. Urge que no solo generemos medidas prohibitivas dentro del sistema penitenciario . Se necesita mayor creatividad y sensibilidad para que las consecuencias sociales de la contingencia sanitaria puedan ser disminuidas en una sociedad, de por sí fracturada sino es que rota.

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