Alejandra Cuevas Morán es una mujer mexicana de 68 años, hoy en prisión por un delito que no cometió. Las pruebas confirman su inocencia, así como las declaraciones de las personas, testigos del caso.
Laura Morán, la mamá de Alejandra, fue esposa de Federico Gertz por 50 años, ambos tenían hijas e hijos de matrimonios anteriores. Todo parecía una relación común. A lo largo de su vida como pareja hicieron un patrimonio en conjunto; especialmente entre 2010 y 2013, hubo una fuerte inversión que le generó a Federico una fortuna calculada en 8 millones de dólares. En el matrimonio de Laura y Federico quedaba claro que, en caso de la muerte de Federico, esta fortuna se iría al hermano de Federico, Alejandro, y ella sólo se quedaría con una cuenta mancomunada de 3 millones de pesos y una pensión mensual de 50 mil pesos.
Laura, de 88 años, vivió la muerte de su esposo de 82 años como muchas otras parejas que alcanzan una edad avanzada. Según los peritajes médicos, Federico muere por causas naturales inherentes a su edad. Alejandra me cuenta, desde la prisión de Santa Martha, que “el día 4 de agosto de 2015, tras sufrir una caída, Federico acompaña a su hermano a ver unos papeles importantes”, Laura, preocupada por la salud de su esposo, recomendó que lo llevara al doctor, pues Federico tenía un chipote en la cabeza.
Tras la caída, la salud de Federico empeora y Laura, consciente del deterioro de su esposo, trae a un par de enfermeros a la casa para que auxilien en el cuidado de Federico. La única vez en que Alejandra estuvo cerca de Federico fue cuando, junto con Laura, visitan a un médico especialista que confirma el deterioro de salud del paciente. Ese mismo día Laura notifica al hermano que Federico está mal y lo invita a ir a la casa y tomar una decisión en conjunto. Dos días después se presenta a la casa acusando a Laura, Alejandra y otra hija de Laura de “estar en la fiesta” (estaban acompañando a su mamá) y además dice que va a mandar a dos médicos y a un geriatra en lugar de los enfermeros para que estén al servicio de Federico. Ese mismo día, por la noche, llegaron los médicos y solicitaron estudios.
Los dos médicos visitan a Federico dos veces al día durante toda la semana y el geriatra lo visita durante las noches, notificando a Alejandro que la salud de su hermano iba mejorando.
Durante esa semana, Alejandra visitó a su mamá dos ocasiones, como solía hacer siempre y como lo testifican los médicos: “la señora Alejandra nunca se acercó a Federico”.
El fin de semana, Alejandro llegó con la fuerza pública y un abogado penalista de renombre exigiendo llevarse a su hermano y acusando a Laura de intentar matar a Federico. Consiguen llevarlo al Hospital ABC, donde durante 30 días atendieron a Federico antes de que falleciera. Cinco años después, Alejandra está acusada de homicidio doloso por el asesinato de Federico, y su mamá de 93 años tiene una orden de aprehensión por el mismo delito.
Los intereses por el cual Alejandra y Laura están acusadas por homicidio ante una muerte natural son desconocidos, lo que me lleva a una reflexión constante de tantos casos que he visto en el Sistema de Justicia Penal en donde “la justicia” es usada como una moneda de cambio para quienes tienen la “fortuna”, “el poder” y el “dinero” de usar el aparato estatal a su favor.
En México, más que nunca es momento que entendamos que el Sistema de Justicia Penal debe ser la cara visible del Estado de Derecho, garantizando la seguridad y la verdadera justicia tanto para las víctimas como para los victimarios. ¡Basta de tener un Sistema de Justicia Penal donde predominen la corrupción y la impunidad! ¡Basta de tener un Sistema a favor de quienes ostentan el poder y el dinero, criminalizando a los vulnerables y a los inocentes!
¿Cómo podemos empezar a reformar nuestro Sistema de Justicia Penal y construir esa utopía llamada Estado de Derecho en México?
Presidenta de Reinserta