“Tenía siete u ocho años cuando empecé a vivir en la calle. Vivía en la calle, luego viví en el basurero. Vivía en el basurero. Ahí también trabajaba, entre basura. Trabajando en los basureros sacando plástico y robando, juntaba dinero para poder drogarme. Como consumía piedra y tiner todo me lo podía gastar en drogas. Con esas drogas nunca te da hambre. Ahí conocí al Palapas. Ese cabrón me enseñó cómo meterme a las casas a robar. Como estaba yo chiquito les servía mucho para meterme. Ahí fue cuando empecé a robar bien. Antes solo robaba para comer. Ahí fui conociendo a la gente que me enseñó todo este mundo. Ellos vieron que yo no tenía miedo, que nada me daba miedo. La primera vez que maté una persona tenía como diez años. Veníamos en el coche y mis compas me retaron a matar a un bato que estaba en la tienda. Le metí 6 balazos.
“Llegué a Tamaulipas con mi hermano a los ocho años. Traíamos productos que cruzábamos en la frontera. No eran drogas. Bueno hasta donde sé, no eran drogas. En una de las vueltas nos pararon unos policías municipales. Ellos le hablaron a unos batos que ahí mandaban; los del cártel. Ahí enfrente de mí mataron a mi hermano. A mí me dejaron ir.
“Dentro de los basureros conocí a la gente que me acogió. No sé si fue bueno o malo, pero es lo que había. Después de que maté a la primera persona vieron que tenía huevos y me dieron un arma. Me dijeron que ya iba a jalar con ellos y que no me iba a faltar nada”, narra D.
***
Tiene la mirada perdida y las drogas, a sus escasos 16 años, han acabado con él. Me cuenta de su crecimiento en el cártel al que pertenece y cómo le fueron enseñando un poco de todo. Se ganó la confianza del jefe y aprendió a ser un halcón. Le salvó el pellejo a varios de su grupo y dio el pitazo que terminó en la muerte de varios más.
Conoció las casas de seguridad y rápidamente aprendió a deshacer cuerpos en ácido. Esto era lo que menos le gustaba, me dice. “Sentía feo cuando la gente rogaba por su vida”, asegura. Aprendió lo que es tenerlo “todo” después de tener nada. Matar a gente se volvió algo común. Era El Niño sicario de cabecera y se había ganado la confianza de todos. Era un duro y eso le dio sentido de pertenencia.
***
La semana pasada, imágenes durísimas de niños armados sacudieron el país. “Arman a niños para defenderse”, se leía en las primeras planas de los diarios.
La noticia es todo menos nueva. Falta visitar las Comunidades de Tratamiento para Adolescentes en Conflicto con la Ley para escuchar cientos de historias de menores envueltos en delitos graves desde los ocho años como lo demuestra, también el Estudio de Factores de Riesgo y Victimización en Adolescentes en Conflicto la Ley hecho por la organización Reinserta. De igual manera datos de REDIM en su reporte Infancia y Conflicto Armado en México: informe alternativo, dan cuenta de una cruda realidad, la de 30 mil niños y niñas en México vulnerables ante la delincuencia organizada.
Sin duda lo sucedido en Chilapa, Guerrero es trágico, pero no dejemos de ver las terribles consecuencias que los grupos delictivos en México han generado —y siguen generando—. Las cifras de menores asesinados a causa de delincuencia organizada y menores involucrados con la misma van en aumento y para poder atender esta problemática tenemos que reconocerlo.
Presidenta de Reinserta