Esta semana se empezó a distribuir el libro “Maldita entre todas las Mujeres”, del cual soy autora y cuento con el honroso prólogo del Presidente de la Suprema Corte de Justicia el Ministro Arturo Zaldívar. Un libro que, muy a mi estilo, junta testimonios crudos pero reales de personas (sí, personas, porque son hombres y mujeres) que matan a mujeres por el hecho de ser mujeres y a las víctimas indirectas que han tenido que pasar el infierno que es afrontar a nuestro sistema de justicia penal una vez que su hija o madre es asesinada brutalmente; un infierno que muchas veces pone en duda si el asesinato es la peor parte de esta historia.
Un libro doloroso, muy doloroso que debería hacernos cuestionar a todos y a todas si seguir siendo indiferentes a lo que acontece en nuestro sistema de justicia penal no es estar cavando la tumba de esta nación.
Cuando me entregaron la copia cero, lo primero que pensé fue en Arturo. Un hombre, joven, cuya mamá fue asesinada. “Ya tienes que llevarte a tú mamá porque lleva tres días aquí y no nos cabe.” “¿Por qué esta verde?” preguntó al verla “Así son los cuerpos, ya llévesela” le contesto la doctora. “Después hice una investigación con forenses y me explicaron que los cuerpos que llegan como desconocidos ya no los llevan a la morgue, los dejan ahí tirados en el piso. Como no son prioridad, los dejan podrirse en el suelo antes de irse a la fosa común” me contó Arturo.
Pensé en Magdalena, que desde que su hija Fernanda fue encontrada colgada y brutalmente golpeada, su lucha por encontrar justicia la confrontó con judiciales corruptos que, tras amenazas de muerte por dejar de indagar en el caso de su hija, ha recibido a sus otros dos hijos en bolsas cortados en cachitos.
Pensé en Lorena, que encontró a Fátima su hija en una zanja, destajada a minutos de haber pasado los hechos. Si bien, dos de sus agresores ya tienen cadenas vitalicias, el menor que participó en dicho asesinato pertenece a la delincuencia organizada junto con su abuelo que es un militar, ahora narcomenudista, cuyas amenazas de continuar con el proceso de justicia, han llevado a Lorena y su familia a migrar a otro Estado como testigos protegidos, donde también le costó la vida de su otro hijo.
Enlisto más de 600 nombres de las mujeres cuyos nombres conocemos pero que no necesariamente sabemos quiénes las mataron, ni por qué ni el cómo. Son miles las mujeres anónimas o que ya terminaron en fosas comunes. Son miles las madres que luchan por la justicia, siendo ellas quienes encabezan la investigación, porque solo así se van a acercar un poquito a los hechos. El grito con todas las víctimas es el mismo: la revictimización constante en el proceso jurídico. Lejos de acompañar a las víctimas las lastimamos más. Es verdaderamente inaudito.
Al escuchar a los agresores la sensación es otra, pero no por ella distinta. Muchos de ellos ya en prisión no están siendo juzgados como se debería. Tienen muchas más víctimas de las que se está investigando y esto implica que, seguirá habiendo decenas de víctimas que jamás encontrarán justicia.
Urge que hablemos de inteligencia penitenciaria como parte crucial del sistema de justicia penal. Si no lo hacemos, este será el cuento de nunca acabar.
Cuento estas historias porque sólo así vamos a recordar para no repetir. Porque sólo poniéndoles nombre a las víctimas y escuchando a los agresores nos vamos a acercar a construir un país donde predomine la justicia.