En 1988 el PRI puso como candidato a la presidencia de la República a Carlos Salinas de Gortari, el PAN a Manuel Clouthier y el Frente Democrático Nacional a Cuauhtémoc Cárdenas. Según las cifras oficiales, la mayoría de los ciudadanos votó por el PRI, pero ese triunfo fue cuestionado por muchos y hubo acusaciones de fraude.
Agustín Gendrón escribió: “El 6 de julio de 1988 íbamos a empezar la revolución después de desayunar en el Linys. Estábamos dispuestos a defender el voto con la vida. Para las seis de la tarde los reportes eran de lo más optimista. El partidazo en el poder encontraba su noche triste.
El error consistió en que lo festejamos prematuramente. El anuncio de la caída del sistema nos sorprendió a eso de la una de la madrugada, pero no nos arredró. ¡A la calle! ¡México se levantaría! Pero afuera ni un alma. Ni siquiera una patrulla, ni un peatón, ni carros. Juro que caminamos varias cuadras y nadie había. Se robaban la elección presidencial, el futuro, la esperanza, y nadie había” . Según Macario Schettino, “por unas horas el país se encontró en los bordes mismos de la guerra civil y si no ocurrió así, fue porque Cárdenas no quiso abanderar esa lucha”.
En 2006, Andrés Manuel López Obrador compitió por la presidencia y consideró que la había ganado y que Felipe Calderón le había hecho fraude. Su reacción fue proclamarse presidente legítimo e instalarse con miles de seguidores en un plantón en el zócalo y sobre las principales avenidas de la Ciudad de México, donde se quedó durante casi tres meses. A esa acción le llamó “resistencia civil pacífica”.
Para Raquel Serur, ese momento fue el de una guerra, porque todo eran acusaciones de unos a otros y no prevalecían la razón ni el deseo de diálogo. Pero para otros, la reacción de López Obrador fue una forma de contener a quienes estaban dispuestos a todo para hacerlo llegar a la presidencia. Frente a los seguidores que consideraban que “era mejor de una vez levantarse”, el tabasqueño fue muy claro: “nos costó mucho (esa decisión), nos han cuestionado mucho por eso, pero hay que decir (a quienes aún tienen dudas sobre él) que si no hubiésemos tomado esa decisión hubiese habido muertos, y que nosotros sinceramente queremos el cambio por la vía pacífica, no queremos la violencia”. Por eso Isabel Molina afirmó: “Nos salió barato si pensamos lo que podría haber sido”.
Seis años después, López Obrador volvió a postularse, pero el triunfo fue para el priísta Enrique Peña Nieto. Sin embargo, en esa ocasión, le pidió a sus simpatizantes esperar y no llevar a cabo acciones. Si bien no reconoció su derrota, como dijo Salvador Camarena, “tampoco mostró el talante duro de la anterior ocasión, cuando desató una crisis institucional.” Y si bien hubo grupos que hicieron desmanes en la toma de posesión, no pasó a mayores.
Esto viene a cuento por lo que sucede en Bolivia. Jacobo García cuenta que desde que Evo Morales decidió reelegirse por tercera ocasión, la inconformidad de una parte de la población (más del 50%), se hizo patente a través de un referéndum al que él mismo había convocado pero a cuyos resultados no hizo caso. Pero cuando quiso hacerlo por cuarta vez, esos se negaron de plano a aceptarlo. De las acusaciones de fraude se pasó a los enfrentamientos en las calles, algo que ninguno de los bandos en pugna hizo por evitar o a detener, más bien al contrario, los estimularon. Y lo siguen haciendo.
Yo no sé si en las elecciones que menciono hubo o no fraude, solo soy una ciudadana que se entera de los acontecimientos por los medios, que nunca son neutrales. Lo que sí se, es que la diferencia en la reacción de los perdedores marca toda la diferencia en cuanto a lo que le sucede a un país. Y en ese sentido, hemos tenido más suerte los mexicanos que los venezolanos o los bolivianos, por tener líderes que prefieren el camino de la no violencia.
Escritora e investigadora en la UNAM.
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