Según estudios científicos sobre el cerebro humano, “algunas personas de la tercera edad, pueden tener conductas agresivas y desinhibidas, lo cual se puede traducir en un lenguaje y actitudes groseras. Son síntomas que corresponden a una enfermedad asociada con el envejecimiento, que se llama Demencia fronto-temporal, la cual consiste en un “decaimiento cognitivo asociado a la edad, pero relacionado también con un problema neurológico, que consiste en la degeneración por muerte celular en los lóbulos frontales del cerebro, que entre otras cosas, tienen como función la toma de decisiones y la inhibición de conductas impulsivas”.

Según el experto del que tomé la explicación anterior, esto no le sucede a todos los adultos mayores. Las estadísticas hablan de entre uno y 33 casos por cada 100,000 habitantes mayores de 65 años, aunque puede ser que quienes la padecen no estén diagnosticados.

Traigo esto a colación, porque esas conductas son visibles en varios de nuestros ilustres políticos, incluido el mandamás, quien introdujo la abierta grosería en el discurso público (que se vayan al carajo, chayoteros, ruines, y otros epítetos); descalifica y hasta amenaza a cualquier persona que dice o hace algo que no le gusta, incluso aquellos a quienes no hace mucho había alabado (Carmen Aristégui), pero elogia a los delincuentes; predica amor pero se burla de sus opositores (como cuando el dirigente de FRENAA se cayó y exhibió el video para reirse mientras afirmaba que quienes se juntan con el diablo les va mal y que él en cambio tiene un ángel de la guarda); le resta importancia a lo importante (cuando dijo de un periodista asesinado que “ni siquiera era periodista”, como si ese fuera el tema); afirma una cosa y hace la contraria (como exigir que ningún extranjero opine sobre México, pero él opina sobre las elecciones en Colombia); repite una y otra y otra vez lo mismo (hasta el cansancio hemos oído que la culpa es de los gobiernos anteriores, que no va a la Cumbre porque no invit an a todos); presume valores que no ejerce (como la transparencia en las cuentas, pero luego reserva las de sus proyectos “por seguridad nacional”).

De todos esto nos percatamos los ciudadanos, pero él no. Se niega a reconocer que el tiempo pasó y que ya no es la misma persona que hace algunos años fue jefe de gobierno o líder de la oposición. Y paradójicamente, agrede e insulta a quienes no le gusta lo que dicen ¡precisamente en razón de su edad! como a Porfirio Muñoz Ledo, pero no a quienes también son ancianos, pero sí le gusta o conviene lo que dicen y hacen, como Bartlett, Gertz Manero, Layda Sansores y por supuesto, a sí mismo, a quien considera paladín de la honestidad y amado por quienes llama “el pueblo”.

Pero si la desinhibición en lo que dice resulta penosa, el problema realmente serio está en la toma de decisiones. Hay algunas absurdas (como afectar la relación de México con los países amigos o negar la corrupción), otras irrelevantes (como los nuevos nombres de las instituciones) y otras peligrosas (como el apapacho a los narcos, la destrucción ambiental, la búsqueda de la autosuficiencia energética, la eliminación de los apoyos a la cultura y las dificultades para fabricar o comprar medicamentos).

Se acostumbra decir que cada sociedad tiene el dirigente que se merece. No sé si es cierto, pero en todo caso, ¿qué se hace cuando envejece o enferma?



Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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