No a la violencia gritan las mujeres en las calles de las ciudades del mundo, en las calles de la ciudad de México.

Estamos de acuerdo dicen los políticamente correctos. Y hacen discursos, leyes. Pero eso no basta. ¿Cómo se consigue ese objetivo?

Primero, ampliando el espectro: basta de violencia contra las mujeres, pero también contra los hombres, y contra los niños, y contra los perros y los caballos y las vacas, y contra los árboles y las plantas, y contra los monumentos, los edificios, los transportes.

Basta de violencia y punto.

¿Por qué decir que solo una de esas violencias es importante y que las demás no lo son?

¿Y por qué considerar que luchar contra la violencia se debe hacer desde la violencia?

Porque vimos a mujeres marchar contra la violencia peleando contra quienes trataban de evitar la violencia, vandalizando, agrediendo y gritándole a las policías que estaban allí “pinches traidoras de género”.

¿Por qué somos traidoras al género las mujeres que no creemos en la violencia como método?

“Violan y matan a las mujeres y tu lloras por un pinche monumento pintado” me dice una, “por un pinche vidrio roto” me dice otra, “por una pinche bandera quemada” me dice una tercera.

Pues sí. Lloro porque la violencia es el camino que han elegido quienes dicen luchar contra la violencia. Lloro porque soy feminista y he luchado toda mi vida por esa causa y ahora resulta que soy una pinche traidora de género porque no comulgo con que golpeen a los hombres, con que insulten a las mujeres policías, con que tengan tomadas escuelas y facultades de la UNAM y no nos dejen estudiar ni trabajar y porque no me parece su arrogarse del derecho de decidir qué y quién sí vale y qué y quién no cuenta.

Pero sobre todo, lloro porque se que la violencia no sirve para resolver nada, allí está la historia para dar fe, y también está nuestra realidad presente de violadores y feminicidas que siguen en lo suyo porque no hemos encontrado la forma de detenerlos y porque estas acciones tampoco lo han conseguido ni lo conseguirán.

“¿Cómo construimos un México sin violencia?” se preguntó hace unos días aquí en EL UNIVERSAL la presidenta del Instituto Nacional de las Mujeres, y ella misma se respondió: con políticas públicas que crean oportunidades de trabajo y con servicios adecuados. Y agregó: “y acabando con la violencia intrafamiliar y la que sucede en las calles y en el transporte público”.

Con la primera parte estoy de acuerdo, aunque es un proyecto cuyos resultados se verán a largo plazo, siendo que necesitamos actuar ya. Pero la segunda parte es un argumento circular, afirma que para construir un país sin violencia hay que acabar con la violencia, pero sigue sin decirnos cómo.

Y es que no lo saben.Y por eso, hasta ahora, su respuesta ha consistido en no actuar. No actúa el presidente contra el narco, no actúan la jefa de gobierno ni el rector de la UNAM ni la CNDH contra los vándalos, no actúan los gobernadores contra quienes toman vías del tren o se apoderan de autobuses y casetas de peaje, no actúa nadie contra quienes cierran la entrada al Congreso, las calles y carreteras.

Pero no actuar, por más que se lo quiera considerar una política, por más que se lo quiera defender con discursos, no sirve para acabar con la violencia. De hecho es al contrario, la incentiva y estimula. La no violencia no llega sola, no cae del cielo, no se improvisa, no se consigue con no moverse. La no violencia se construye, se prepara, se organiza.

De allí viene la propuesta de pedir ayuda a las madres. Se la puede banalizar como ha hecho el presidente López Obrador, o se la puede convertir en una política pública de capacitación para enseñar a las familias a construir relaciones sin violencia y a parar la violencia cuando ya se generó.

Hay quienes saben hacer esto, de ellos tenemos que aprender. Pero urge echarlo a andar ya.



Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx

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